Baso
mis sospechas en el hecho indiscutible que el PSOE liderado por Felipe Gonzalez
que ostentó el gobierno del estado en un período de trece años, la mayoría de
ellos con amplias mayorías absolutas, durante los que fue capaz de girar como
una media una institución como la del ejército, quitándole de un plumazo las
tendencias golpistas y convirtiéndole en una institución emulable a la de los
países democráticos de nuestro entorno inmediato, además de facilitarle la
entrada en organismos internacionales como la OTAN. Sin embargo se abstuvieron
de la más mínima intervención en el estamento judicial, donde los magistrados
que fueron del TOP, se jubilaron con todos los honores en cuanto les toco el
turno en los altos puestos de dirección del Consejo General o del Tribunal
Supremo. Sus sucesores siempre fueron escogidos mayoritariamente entre los
miembros de la asociaciones de Magistrados de la tendencia más conservadora
posible. Ni Felipe González, ni tan siquiera Santiago Carrillo, se les oyó
nunca plantear un cambio en el statu quo
del poder Judicial en la España democrática, cuestión que me confirma la existencia de este pacto no
escrito, quizás la base para permitir la transición pacífica a la democracia en
nuestro país.
Hay
que decir sin embargo, que en los primeros momentos, el estamento judicial se
“comportó” y salvo alguna rara excepción sus decisiones no fueron en general
polémicas, si no que simularon adaptarse a la nueva situación democrática, con
total naturalidad. Una de estas excepciones fuerón los casos Filesa y Naseiro,
que afectaban a la financiación supuestamente ilegal del PSOE y el Partido
Popular por los que algunos dirigentes socialistas fueron encarcelados y el
caso del Partido Popular se decretó prescrito. Todo cambió en cuanto Jose Maria
Aznar alcanzó la presidencia del gobierno durante 8 años, cuatro de los cuales
con mayoría absoluta. A partir de aquel momento resurgieron en el estamento judicial como de improviso, las más
puras esencias franquistas, y las sentencias emitidas sobre los casos de
violencia de genero, o de agresiones sexuales empezaron a ser polémicas y de
tendencia claramente franquista. Los primeros casos de corrupción en el
estamento político por parte de la derecha gobernante empezaron a ser obviados
y tan solo en aquellos casos flagrantes casi imposibles de ocultar, llegaban a
los tribunales.
Hoy
las sospechas de connivencia del estamento judicial con el Partido Popular ya
nadie las duda, sobre todo después que hayamos visto como se dicta sentencia
absolutoria a los implicados en el caso Bankia, una de las mayores estafas que
se han hecho en este país, o las larguísimas instrucciones de los casos de
corrupción que afectan al partido de la derecha española por excelencia; así
como tampoco se duda de la mentalidad franquista de muchos de los magistrados,
cuando dictan sentencias casi absolutorias a los violadores en grupo como fue
el caso de la manada u otras donde se culpabiliza a la víctima y se exonera al
agresor en casos de violencia doméstica.
Dada
esta situación y ante la negativa del Partido Popular a facilitar un acuerdo
para renovar el Consejo General del Poder Judicial, caducado por más de dos
años, con el fin que no varíe la actual mayoría netamente conservadora de sus
miembros, ante la avalancha de procesos que se les vienen encima y la nula
disposición que se intuye del actual Presidente del Gobierno de mantener la
correlación de fuerzas existente, si no su voluntad firme de buscar una
solución que garantice de una vez por todas la neutralidad de este tercer poder
del estado de derecho; creo llegado el momento de tirar por camino del medio, si el PP sigue en
su posición de bloqueo, después del ofrecimiento que le hizo Pedro Sánchez en
el debate de la moción de censura. Seguro que en la UE no solo lo entenderían
si no que darán su apoyo incondicional al gobierno que preside Pedro Sánchez,
en esta cuestión, Pablo Casado se encuentra en una difícil tesitura, pues de no
atender la proposición de Pedro Sánchez, perdería toda su credibilidad ante el
electorado español y las altas instancias de la UE, y el propio Partido Popular
Europeo.
En
España estamos en un momento en que debemos defender la democracia, no solo de
la amenaza del fascismo moderno, si no de la corrupción de la que existen graves
sospechas el poder judicial ha convenido con ella en estos últimos tiempos y
ello pasa indefectiblemente por cambios de mucho calado en el tercer poder de
nuestro estado de derecho..
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