lunes, 25 de octubre de 2010

LA PROPIEDAD COLECTIVA


¿Se acuerdan Vds, del clamor: “La Tierra para quien la Trabaja”? Cuando Emiliano Zapata utilizó este concepto, en la revolución mejicana de principios del siglo XX, la organización económica mundial era muy distinta a la de ahora; la producción agraria e industrial se hallaba en manos exclusivamente de unas clases sociales poderosas, que de entrada lucharon denodadamente para mantener sus privilegios, llegando incluso al asesinato de quienes osaban elaborar un discurso de reparto equitativo de la riqueza, como fue el caso del Caudillo del Sur, alias con el que era conocido Emiliano Zapata.

Diversas revoluciones en diversas partes del mundo, y dos guerras mundiales, durante el siglo XX, fueron necesarias para provocar un gran cambio en las estructuras de poder mundiales, un gran cambio a mi entender, y visto desde cierta perspectiva histórica, para que las cosas siguieran igual, como acertadamente ya intuyó Lampedusa en el Gatopardo.

Los poderosos terratenientes y potentes industriales, propietarios de vidas y haciendas del siglo XIX, han sido substituidos por unos pobres y endeudados empresarios, o por unos ejecutivos al servicio de anónimas corporaciones financieras.

La gran revolución Rusa de 1917, es el primer intento serio de subvertir el orden establecido, aunque setenta años después se ponga de manifiesto su absoluto fracaso al no haber sido capaz de administrar con eficacia, la producción colectiva de riqueza.

La gran capacidad camaleónica del capitalismo, se puso de manifiesto al final de la segunda guerra mundial cuando las necesidades de reconstrucción de una Europa destrozada, obligaron a la aplicación del pensamiento socialdemócrata, con el fin que un reparto más equitativo de los esfuerzos y de la riqueza generada, ayudara a salir del agujero. Es entonces cuando el margen de beneficio de la producción se reduce, en favor de unos estados a los que se encarga de repartir-los en forma de servicios comunes a los ciudadanos, en lo que se ha venido denominando Estado del Bienestar. Mientras tanto, las grandes élites, van saliendo del mundo de la producción directa para entrar de lleno en el orbe financiero. Wall Street se convierte de hecho en un gran centro de poder mundial, solamente discutido por unos potentes estados europeos, que además se han empeñado en unirse para adquirir más fortaleza. Es a partir de este momento y con el fin de volver concentrar más y más poder en manos de unos pocos, que se introduce un nuevo concepto por el que los trabajadores se convierten en capitalistas colocando sus ahorros, mediante fondos de inversión, en los mercados financieros. Aparentemente se conseguía la propiedad colectivizada de los medios de producción e inclusive los financieros y digo aparentemente porque la realidad, como el tiempo se ha encargado de demostrar, unos pocos siguen ostentando todo el poder.

La mal llamada revolución neocon, que en realidad se trató de una contrarrevolución, vino a significar la consolidación de la concentración del poder en pocas manos, fuera además de todo control democrático, persiguiendo y desmantelando el llamado estado de bienestar con el fin de eliminar la seria competencia que los regimenes de socialdemocracia representaban.

En el nuevo mundo que surgirá de la revolución del siglo XXI, el verdadero concepto de propiedad colectiva, no basado exclusivamente en aportaciones dinerarias, si no de capacidades individuales, gestionado y administrado a través de mecanismos altamente democráticos, va a resultar una de sus principales claves, pues no deben olvidar amigos que al final va aser la justicia social quien prevalecerà.

lunes, 18 de octubre de 2010

LIDERAZGO COLECTIVO


Entendiendo como condición de líder la capacidad de alguien, para conjuntar un equipo de personas, coordinando sus capacidades y estimulándolas, con el fin de conseguir unos objetivos en base a una máxima eficiencia, demos admitir un riesgo real de endiosamiento, tanto por parte del protagonista al creer que es obra suya el éxito conseguido; o bien porque los componentes del equipo tienden a sobrevalorar-le y acaban por someterse a el.

En nuestra historia reciente los liderazgos políticos han sido de vital importancia en nuestro país, en particular para la consecución de la democracia y su consolidación, así debemos reconocer que figuras de la talla de Santiago Carrillo, Felipe González, Adolfo Suárez, Torcuato Fernández Miranda, Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, Carlos Ferrer Salat, y muchos otros, gracias a un don especial de convencimiento, y una claridad de ideas, posibilitaron la evolución pacifica de un estado autárquico a una democracia plenamente consolidada que gozamos hoy en día.

Pero amigos, el mundo da muchas vueltas y el avance de la humanidad no se detiene; lo que fue válido ayer hoy no sirve apenas, y cuando nos empeñamos en proseguir con los antiguos métodos acabamos colapsados, como le está sucediendo al mundo occidental con la actual crisis económica. Los liderazgos a nivel individual son una de las primeras cosas que han pasado a la historia, y si queremos de verdad afrontar el futuro en condiciones, debemos empezar por asumir un nuevo concepto de liderazgo colectivo, no solo a nivel político, si no a nivel de las mínimas estructuras ciudadanas, una asociación de vecinos por ejemplo.

La dirección de una empresa hoy, es infinitamente más compleja que no lo era hace cincuenta años y es por ello que los grandes líderes empresariales han casi desaparecido, al menos públicamente, substituidos por unos consejos de administración donde las decisiones individuales, han sido reemplazadas por las colectivas de una élite que actúa de forma anónima oculta tras una marca o un logo.

Resulta curioso sin embargo, que lo que la patronal ha sido capaz de articular como fórmula de progreso, la parte social no haya sabido hacerlo y así tenemos que se sigue confiando en que surjan determinadas personas capaces de encabezar un partido politico, un sindicato o cualquier movimiento.

Hoy nos encontramos frente a una posibilidad real de cambio, el modelo que hasta hoy el mundo ha utilizado para organizarse económicamente, ha fracasado rotundamente, demostrando que el camino emprendido no conduce a otro sitio que no sea el desastre más absoluto, en forma de un retroceso en el nivel de vida de la mayoría, para que una élite de privilegiados disfrute de todas las ventajas.

Observamos también, quizás porque la nuevas tecnologías de la información nos permiten conocer más a fondo a las personas, los que pretenden ser líderes en la sociedad actual, nada tienen que ver con los líderes de antaño, unos personajes casi inaccesibles a la mayoría de los mortales, y de los que casi no conocíamos sus miserias humanas. Hoy sin embargo quienes deberían ser grandes líderes, los tildamos de mediocres y no porque lo sean más o menos que los de antaño, si no por conocerlos más íntimamente.

En la nueva realidad del siglo XXI, que emana de la gran revolución que se avecina, se hace necesaria la implicación a fondo de todos y cada uno de los individuos que componen la sociedad, ejerciendo un liderazgo colectivo que sea capaz de aglutinar y coordinar todos los esfuerzos, para el buen fin del progreso justo y equitativo de toda la humanidad.

Si empezamos todos y cada uno de nosotros a tomar conciencia de la necesidad de una implicación total en nuestro trabajo cotidiano y en las organizaciones sociales a las que pertenecemos, (los sindicatos por ejemplo), acabaremos por provocar la necesidad de cambio en la realidad actual de las empresas, donde deberá acabarse la exclusiva persecución del beneficio, para substituirlo por la creación de empleo y el mantenimiento del mismo. Esto enlaza con otro concepto la Propiedad Colectiva, sobre el que reflexionaré en mi próximo artículo.

lunes, 11 de octubre de 2010

¿QUIEN DEBE HACER LA NECESSARIA REVOLUCIÓN?


Mi anterior artículo en este Blog fue comentado por Toni Mantis, en el sentido que no acepta la justificación al gobierno Zapatero, por los recortes, que se desprende de mi escrito. Agradeciéndole de entrada su aportación, me permito insistir en el tema de la necesidad cada vez más imperiosa, de un cambió total en las estructuras del sistema, que nos permita avanzar por el camino del progreso; un camino que en estos tiempos se nos presenta harto difícil y cuesta arriba para toda la sociedad en general, y los mas vulnerables, económicamente hablando en particular.

Para empezar, deberíamos aceptar que la situación actual no es más que el fruto de la gran contrarevolución conservadora, que en los años 80 del pasado siglo XX, promovieron Margaret Tatcher y Ronald Reegan, con la aquiescencia, por “silencio administrativo” de la izquierda europea y de la clase media en general.

La base principal de este regreso al ultraliberalismo, que ya había fracasado rotundamente en 1929, fue la sacralización del dinero como fuente única de poder y sometimiento, conjuntamente con la exaltación del individualismo como valor central. Para ello había que denostar los valores sociales: la solidaridad, el compartir, y el derecho a acceder a una parte del pastel de cualquier ser humano por el solo hecho de haber nacido.

Los resultados de esta revolución necon, los vemos hoy día con un poder económico concentrado en unas pocas manos, que son los propietarios de los títulos de deuda pública y privada de la mayoría de países, lo que les permite mandar a su antojo sobre los presupuestos y el gasto de cada país, según la conveniencia, no de la colectividad, si no de sus particulares intereses.

Para más Inri, a través de un dominio casi total y absoluto de los medios de comunicación, se promueve una desinformación total a los ciudadanos, llegando al punto de invertir de tal forma la situación cuando resulta, se presenta como culpables de la crisis por insostenibilidad, al llamado estado del bienestar, cuando la verdad es que el crac se produce por la avaricia y falta absoluta de control de las operaciones bursátiles provocadoras de grandes burbujas.

Cuando oigo estos días, que 100 economistas, a mi entender de corte fascistoide, claman por una rebaja de la pensiones, alegando que las cotizaciones de trabajadores y empresarios no van a ser suficientes para sostener el sistema y por el contrario no oigo a nadie, que diga que donde no lleguen estas cotizaciones va a llegar el estado, en calidad de representante de la colectividad, a través de los impuestos, veo muy mal el panorama, pues se me hace evidente que han logrado despistar al personal de tal manera, que ya nadie tiene claro que hay que cambiar el sistema económico en su totalidad, empezando por devolver el poder a unas instituciones democráticas como son los estados y facultarles para que ejerzan un rigurosísimo control sobre éstos llamados “mercados”.

Pero ¿quién debe hacer esta autentica revolución? Si analizamos la historia nos daremos cuenta que pocas veces los gobiernos han encabezado revoluciones de carácter social como la que se pretende, si no que han sido las clases populares quienes las han encabezado, apoyados por una intelectualidad que les ha dado coherencia.

Quedense en la memoria estos dos grandes conceptos: la propiedad colectiva y el liderazgo colectivo, pues son las bases fundamentales de esta revolución necesaria e imprescindible, dos conceptos a mi entender básicos que si ustedes me permiten desgranaré en dos próximos artículos, con el afán de incitar a un constructivo debate.

lunes, 4 de octubre de 2010

YA HEMOS HECHO HUELGA, Y ¿AHORA QUE?


Aunque hace mucho tiempo, me barrunta por la cabeza la idea que la huelga general no iba a ser muy útil para los intereses de las clases trabajadoras, y que la posición de los sindicatos ha de ser muy diferente a la que esta siendo, no he querido expresar mis reflexiones al respecto hasta después del 29-S, por miedo a ser tildado de reaccionario, o creer que me opongo a la conservación de los derechos conquistados con sangre sudor y lagrimas años a, por las clases populares. Nada más lejos de mi intención.

Hace justo una semana, el pasado lunes día 27 de setiembre, en un encuentro promovido por ESADE y Caixa Manresa, en el incomparable marco de Sant Benet de Bages, el ex presidente español Felipe González repitió por enésima vez, que en su opinión el mundo está incubando una nueva crisis financiera, por su demostrada incapacidad de reformar el sistema. No le falta razón a Felipe y estoy muy seguro que en el mundo somos legión los que estamos completamente convencidos de ello.

Solo existe una fórmula y en la mencionada reunión de Sant Benet de Bages, también se apuntó, consistente en poner en marcha una contrarrevolución conservadora que desmonte el tinglado de Margaret Tatcher y Ronald Reegan y sus sucesores, desvalorizando el estado y sus instituciones, en nombre de una mal llamada libertad de mercado, que ha acabado por depositar el poder real en manos de unos especuladores sin escrúpulos, sobre los que de ninguna manera las democracias pueden ejercer control alguno.

Pero, ¿qué estrategias deberíamos seguir para alcanzar el objetivo? Sin lugar a dudas, fortalecer las grandes instituciones supranacionales, ONU, FMI, Banco Mundial, UE, etc. cambiando sus metas hacia una economía de corte social y dotándolas de los recursos suficientes, para que estén en condiciones de asumir de nuevo el papel de liderazgo colectivo que les es propio. Para ello es absolutamente necesario frenar en seco las inversiones especulativas, con medidas que disuadan a las grandes fortunas mundiales de seguir por el camino de creación de grandes burbujas. También van a ser necesarias, grandes reformas en el mundo laboral, que lo adapten a la nueva realidad del siglo XXI, donde se exige una mano de obra altamente cualificada y dotada de una gran formación.

Sentadas estas premisas, reconociendo que superan el ámbito estricto de nuestro país y después de la jornada de huelga general, las organizaciones sindicales españolas tienen dos caminos, el primero es sentarse y esperar una más que improbable rectificación del gobierno en sus políticas, (miles de razones avalan esta postura, en particular la gran dependencia de nuestra economía de los grandes especuladores mundiales), persistiendo además en sus ataques por aquello del afán de mantener el discurso hasta sus últimas consecuencias, a fin de provocar su caída y el consecuente acceso de la derecha reaccionaria / cavernícola al Palacio de la Moncloa, con lo que seguirán teniendo excusa para llorar y patalear reclamando derechos perdidos; o el segundo camino, a mi entender el más lógico y razonable, de asumir la realidad actual de la clase obrera, sentándose a negociar con el actual gobierno socialista, a la búsqueda de fórmulas que permitan la intervención directa de las organizaciones sindicales en la creación de riqueza y no solo en su reparto.

No son los gobiernos quienes nos van a sacar de la crisis, si no los llamados agentes sociales, sindicatos y organizaciones empresariales, con el permiso de la gran banca; Auque frente a los profundos cambios que el sistema actual necesita, en el caso de nuestro país, el panorama es francamente desolador, con una clase empresarial donde predomina una caduca mediocridad, un sector financiero, basado en la especulación pura y dura, y hasta hoy, unas organizaciones sindicales ancladas en el pensamiento decimonónico.

UGT i CCOO, como principales centrales sindicales, han dado muestras durante toda su historia, de adaptación a las nuevas realidades, como fue el caso, en los años 80 del pasado siglo XX, cuando el empresariado español se vio totalmente desbordado por la nueva realidad económico-social que representaba el ingreso de nuestro país al Mercado Común Europeo; no solo firmaron los Pactos de la Moncloa, para dar a la patronal un tiempo para la adaptación a la nueva realidad, si no que además, conjuntamente con el gobierno socialista imaginaron y pusieron en práctica un nuevo concepto de empresa, como las Sociedades Anónimas Laborales, por las que los trabajadores accedían a la propiedad de las compañías, algunas de las cuales y con notable éxito han seguido hasta nuestros días.

Si de verdad los dirigentes sindicales, están convencidos que hay que mantener la fortaleza de sus organizaciones, si en verdad quieren ser los puntales del liderazgo colectivo en el siglo XXI, deben empezar por demostrar a toda la ciudadanía en general, que su discurso no se basa solo en un reparto equitativo de la riqueza, si no que también saben procurar por su creación.