lunes, 9 de diciembre de 2013

UNA RENOVADA UE, ANTÍDOTO CONTRA EL NEOIMPERIALISMO


 
 
Dos guerras mundiales, originadas en Europa, de la primera de las cuales vamos a conmemorar el centenario de su inicio el próximo año 2014, y los horrores que supusieron, fueron lo que convenció a los padres fundadores de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, precedente de la actual UE, de la necesidad de unir esfuerzos, para avanzar conjuntamente hacia el progreso y evitar que otra vez los nacionalismos, en su evolución a la fase imperialista, en coincidencia con un capitalismo desbocado e injusto, degeneraran en una catástrofe de fatales consecuencias para toda la humanidad.

 

Hoy en la entrada del nuevo siglo XXI, el capitalismo, vuelve a darnos una muestra de agotamiento de su ciclo vital, y de su esencia parece emanar fatalmente la necesidad de destruir de nuevo todo lo que hasta hoy existe, con el fin de recrearlo de nuevo, en este afán de los poderosos del planeta de mantener sus privilegios y riquezas, por encima de todo.

 

Los viejos decimonónicos imperios, Austro-Hungaro, Otomano, etc. fueron arrasados en la primera gran guerra (1914-1918) y el intento de recrear uno nuevo en una Europa totalmente germanizada, y otro en Asia centralizado en un Japón expansionista, se fue al traste en la segunda. La guerra fría siguiente dilucidó la supremacía, planetaria a favor de los Estados Unidos que no ha sabido administrar correctamente, mostrando sus miserias más intimas en particular sus pies de barro, al regresar al mismo sistema económico depredador que en 1929 acabó con un crack bursátil, que en 2007 se repitió.

 

Acabada la II Guerra Mundial, los líderes políticos europeos, tanto de derecha como de izquierda, entendieron de la necesidad de encontrar un sistema, capaz de impedir en el futuro repetir una catástrofe como la que acababa de suceder. Conscientes que el nacionalismo como doctrina necesita de la confrontación con los demás para poder sobrevivir, y que en el caso de una deriva extremista del mismo, se acaba abocando a conflictos impredecibles, se adopta en primer lugar, un sistema económico de corte socialdemócrata, donde a través de los impuestos, se redistribuye la riqueza generada entre la población, generando lo que más adelante hemos convenido en llamar estado del bienestar y por otro lado iniciar un larguísimo proceso democrático, de superación de las diversas consciencias nacionales, estableciendo una identidad europea, que desde el respeto a la diversidad se consiga un todo unitario.

 

Hoy estamos en una avanzada fase de este proceso, con una UE formada por 28 países, y algunos otros que están llamando a la puerta, aunque en muchos de ellos y en los propios organismos de la Unión, como el parlamento domine, democráticamente elegida, una derecha que parece haber olvidado, el motivo esencial de su creación, y una grave crisis económica en el orbe planetario se cebe especialmente en esta Europa en construcción, haya ocasionado un cierto frenazo en la evolución del proceso, nadie duda que una tercera guerra mundial en terreno europeo, no sé vislumbra a corto plazo.

 

Sin embargo, si vemos alarmantes señales preocupantes para todos estos que tenemos la manía de leer los periódicos y de seguir la actualidad día a día, que nos indican que el parón podría alargarse mucho más de lo deseable y para algunos incluso mandar al traste este proyecto. No es esperanzador para la UE, el ascenso electoral, en Francia, Holanda, Países Nórdicos y del este Europeo, de partidos y formaciones políticas de clara ideología ultranacionalista, fascista y neonazi, que con toda claridad se oponen a la consolidación y evolución de este ente supranacional. También vemos con enorme preocupación, la poca disposición de las élites de los USA, de admitir una nueva potencia en el orden mundial, que económicamente le dispute, en plano de igualdad su liderazgo planetario; y por último nos tememos el hecho que la izquierda socialdemócrata, la que ideológicamente debería sostener el discurso en el que el proyecto se fundamente, no acabe de conectar con la sociedad, después del ataque que sufrió en los años 90 por parte del neoliberalismo de la reacción, (que no revolución) conservadora que en los 80 predicaban Margaret Tatcher y Ronald Reegan.

 

La socialdemocracia europea, también la española, ya terminó su larga travesía por el desierto, y reconociendo el fatal error de plegarse a las exigencias de la derecha, en cuanto a política económica se refiere, empieza de nuevo a levantar cabeza, con propuestas genuinas, totalmente acordes con sus principios fundamentales. Es hora pues que los electores volvamos a confiar en ellos, y en las próximas elecciones, al Parlamento Europeo, demos el vuelco a la actual situación de predominio derechista, con el fin que este ente supranacional, reemprenda el camino hacia su total construcción y devuelva a los ciudadanos europeos el orgullo de ser el elemento capaz de evitar la entrada definitiva del capitalismo en su fase imperialista.

lunes, 2 de diciembre de 2013

EL PODER


 
Estoy seguro que todos, con más o menos matices, coincidiríamos si nos pusiéramos a definir el concepto del poder y creo que también acordaríamos  que lo más importante en cuanto a la organización social, no es la definición del concepto si no quien lo detenta y ejerce, y es precisamente esta cuestión sobre la que pretendo reflexionar en el presente artículo.

 

Desde el siglo XVIII, cuando el capitalismo como forma de organización social, vio la luz, y la propiedad privada se puso al alcance de buena parte de la ciudadanía, arrebatándole el privilegio a la aristocracia, mantuvo la detención del poder en función de la posesión de riqueza, solo que dejó de estar concentrada en la nobleza, abriendo la posibilidad de acceso a la burguesía; la estructuración del estado nación, como forma de  representación para la coordinación de esfuerzos y recursos, delegó en el gobierno de esta institución el ejercicio del poder colectivo. La democracia, tal como hoy la entendemos, vino a organizar de una forma más justa esta delegación de poder, pero de hecho mantuvo la idea de la acumulación de recursos como base principal. Los impuestos devenían la formula efectiva de delegación del poder en manos del estado, al administrar más recursos que ningún otro ciudadano individualmente, devenía la representación del poder.

 

Este tipo de organización funcionó con sus más y sus menos, hasta los años 80 del pasado siglo XX, donde las grandes corporaciones fundamentalmente norteamericanas, que mediante la llamada globalización, conseguían capitales en todo el mundo, lograron superar los recursos de muchos estados nación, dominándoles en base a la adquisición de su deuda pública. El intento de neutralización de esta estrategia, en Europa, con el progreso de la UE, fue el más serio adversario de las corporaciones, pues la puesta en común de los recursos de una serie de países ricos, como los componentes de la Europa de los 27, superaría muy mucho, incluso la conjunción de capitales de todas las corporaciones juntas; tanto es así, que el acoso y derribo de la UE se convierte en el principal objetivo y para ello se cuenta con un aliado imprescindible como es el nacionalismo, esta idea ancestral tan arraigada en la vieja Europa, que viene a consagrar como importante el bien de unas élites, digámosles locales, por encima del bien de la totalidad de los ciudadanos, que uniendo esfuerzos y en base a la solidaridad conseguirían metas muchos más elevadas.

 

Una constante en los grupos que han ostentando el poder durante las diversas épocas de la historia es la acumulación de dinero; pudiendo afirmar sin lugar a equivocarnos que es quien tiene la llave de la caja, el que domina todo lo demás. Particularmente en la época actual, esta cuestión se hace bien patente, cuando todos reconocemos a los realmente poderosos en el sector financiero, que incluso han llegado al extremo que gobiernos y organizaciones ciudadanas, nos sacrificamos, hasta límites inconcebibles, para salvarles de la ruina más absoluta que su egoísmo y sus errores de gestión les han conducido.

 

Pero amigos, estamos en el siglo XXI, y afortunadamente, los europeos, a través, del llamado estado del bienestar, hemos conseguido un nivel de educación y conocimiento, y como consecuencia capacidad de raciocinio, mucho mayor que nuestros antepasados, cuestión que nos sitúa en perfectas condiciones para emprender una verdadera revolución que venga a poner en solfa una de las realidades que se me antojan bien patentes, como es la cuestión de dilucidar donde reside verdaderamente el poder y que buscar la manera de ejercerlo en beneficio de la gran mayoría de ciudadanos.

 

Es falso que el poder real lo ostenten los grandes financieros, ellos lo que hacen es comprar, voluntades con dinero o movilizando agentes de coacción que mediante la violencia, consigan doblegar a quien ose plantarles cara. El poder sigue residiendo en la colectividad de los ciudadanos y su capacidad de ponerse de acuerdo, así como de su capacidad basada en el conocimiento de crear riqueza.  Un pequeño ejemplo de esta afirmación lo hemos tenido en España, con la huelga de los trabajadores de limpieza de Madrid, por cuanto los trabajadores organizados, han plantado cara a unas propuestas totalmente injustas de la patronal, y a un gobierno derechista tras el que se parapetaba el empresariado, consiguiendo un éxito total y dejando bien patente que el poder real se encuentra de su lado, pues al fin y al cabo sin ellos es imposible prestar el servicio, y más cuando la ciudadanía directamente afectada se solidariza con ellos. Buena prueba de ello, y quizás podríamos considerarlo como otro éxito adicional, conseguido por los trabajadores, el pánico que se ha desatado en el partido gobernante y particularmente en la alcaldesa de Madrid quien ha rozado el ridículo más espantoso, pretendiendo atribuir el éxito de la huelga, de evitar el ERE planteado, no al esfuerzo y decisión de los trabajadores organizados, si no a la reforma laboral que más paro ha provocado en la historia de nuestro país.   

 

El poder real, reside en la colectividad organizada, aunque desde siempre las élites han intentado y hasta hoy conseguido, en base a la compra de voluntades, de la difamación y desprestigio de las entidades organizativas de la clases populares y la carga contra la verdadera democracia, convencernos a todos que el poder sigue residiendo en sus manos, como antaño lo habían situado en manos de un rey.

 

La llamada clase media y las clases populares en el siglo XXI, deberíamos ser conscientes del poder que realmente nos da nuestra capacidad de organizarnos y lanzarnos a promover la gran revolución del siglo XXI, que vuelva a situar las cosas en el sitio que les corresponde, donde se deje de considerar a los trabajadores en las empresas como un coste igual que el de las mercancías y se le de la consideración que merecen como seres humanos y como piezas más fundamentales incluso que el capital, en el progreso de las empresas.

 

La intelectualidad del siglo XXI, conjuntamente con los partidos y organizaciones de izquierda, deberían ya lanzarse a despertar en las llamadas clases medias y trabajadoras, su consciencia de poseedores del poder real y la necesidad por el bien de todos que lo ejerzan de forma organizada y efectiva, arrebatándoselo a las actuales elites que lo detentan de forma totalmente ilegítima. Esta va a ser la verdadera revolución en el siglo XXI, la que en verdad va a sentar las bases de la convivencia en la nueva era que empieza hoy mismo.