El pasado viernes día
4 de Abril, los españoles recibimos una gran noticia, que no por esperada fue
menos satisfactoria, como fue el anuncio oficial de disolución de la Banda
Terrorista ETA, que desde el año 2011 había cesado en su actividad causante de
gran dolor y muerte, a los españoles en general y a los vascos en particular.
Aunque su discurso,
efectuado por un Josu Ternera en paradero desconocido, intentara presentar a la
banda terrorista como un mal necesario, para la supervivencia del pueblo vasco,
y que si se auto disolvía era por voluntad propia cualquier español con dos
dedos de frente, sabía que la realidad era bien distinta y que a la situación
se había llegado porqué ETA había sido derrotada por completo, en su
enfrentamiento con el estado democrático, cuestión que el presidente del
gobierno Mariano Rajoy, acabó de dejar bien claro, el mismo día por la tarde
diciendo que no pensaban otorgar ningún tipo de clemencia con los miembros de
la banda encarcelados y que se seguirá persiguiendo a los que aún no lo están.
De hecho, el 30 de
diciembre de 2006, cuando ETA, colocó un coche bomba en el módulo D del
aparcamiento de la T-4 de Barajas, no solo se llevó por delante la vida de dos
ecuatorianos y hirió a muchísimas personas, sino que hizo saltar por los aires,
el proceso de paz, que había emprendido con el gobierno presidido por José Luis
Rodriguez Zapatero y que estaba destinado a pactar con la banda terrorista su
autodisolución. Los obcecados dirigentes de ETA, no quisieron darse cuenta que
con ello, arruinaban la única salida más o menos honorable que le quedaba, al
perder con ello, la poca confianza que les quedaba en la sociedad vasca, que ya
desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco, les había empezado a retirar el
apoyo. Fue en cierta manera optar por morir matando, no con la finalidad de
conseguir objetivo alguno, si no por esta especie de nihilismo que siempre
acaban teniendo todos aquellos que deciden usar la violencia como un método de
lucha política.
Es de notar que en el
acto que la banda organizó en la localidad francesa de Cambó, cercana a la
frontera española, para solemnizar el acto de disolución, no asistieron los representantes
de los gobiernos vasco, y navarro, ni mucho menos del español, tan solo
representantes de los partido nacionalistas vascos, dejando bien claro que
nadie quiere dar valor político alguno a una banda criminal que fue incapaz de
negociar una salida aún cuando estaba acorralada.
De hecho todos
debemos ser conscientes con las decisiones que tomamos en momentos
determinados, y de las consecuencias que pueden acarrear, no solo a nosotros
particularmente si no a los que nos siguen a pies juntillas, como es el caso
que nos ocupa y quieras que no, me ha hecho pensar en el tema del
independentismo catalán.
Carles Puigdemont en
un momento determinado, cuando se encontraba acorralado y casi sin salida
ninguna, el 27 de octubre del pasado año, optó por rechazar la convocatoria de
unas elecciones autonómicas, y lanzarse a la aventura de la proclamación de una
independencia imposible, abriendo la puerta a una persecución judicial, a la
aplicación del artículo 155 suspendiendo la autonomía y llevando al país,
Cataluña, a una deriva totalmente incierta pero en claro descenso en todos los campos,
económico y social.
Sin embargo, a
diferencia de los sucedido en el País Vasco, la decisión tomada no le quita el
apoyo social, a Puigdemont, de manera inmediata sino que sus fieles
seguidores le siguen apoyando del primero al último, por lo que en la
convocatoria de elecciones autonómicas que convoca el gobierno de España, tras
la aplicación del artículo 155 y la intervención de la autonomía, mantiene una
mayoría absoluta en escaños y un 47% de los votos.
Con todo nadie en
este país duda que el independentismo en Cataluña tiene perdido su
confrontación con el estado democrático español y que todo es cuestión de
tiempo, y después de la decisión tomada y los resultados electorales del 21D,
donde los partidos que intentaban situarse en el medio para evitar daños
mayores, no han tenido soporte electoral, por lo que la confrontación pura y
dura está servida y el final honorable para el bando perdedor se ha ido al
traste, por lo que al vencido solo le quedará la humillación más absoluta.
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