Todas las grandes crisis que ha sufrido el mundo capitalista a lo largo de la historia se han solucionado en base a una sola cosa, trabajar.
Los gobiernos han podido hacer más o menos para facilitar las cosas, empleando políticas, más o menos acertadas, para crear las condiciones más óptimas, para que la sociedad desarrolle sus capacidades, pero al fin y al cabo, es esta la que debe reaccionar y saber encontrar el camino adecuado.
Hoy nadie duda que la crisis que estamos pasando, sea una verdadera revolución, en el sentido más literal de cambio. Cambio en los sistemas productivos, en las formas de vida, e incluso de la organización social.
Los viejos sistemas del trabajo en grades fábricas, parecen haber pasado a la historia. Cada vez se hace más y más necesario, avanzar hacia el modelo de pequeñas factorías, altamente especializadas, más fáciles de gestionar. Los modelos productivos también están cambiando, dejando obsoletos los trabajos en cadena, substituidos por máquinas robotizadas. La propiedad de las empresas también ha experimentado un giro de 180º, pasando de la antigua empresa familiar de los orígenes del capitalismo, a las sociedades anónimas, con un capital tan repartido que las personas como propietarias de una empresa han dejado de tener significación alguna. Sin embargo, este giro ha provocado el nacimiento de una nueva clase social, mal denominada empresariado, que no forzosamente debe coincidir con los propietarios de las empresas, si no que están formados por altos ejecutivos, muy bien retribuidos económicamente, la mayor parte de las veces son los que se agencian la parte del león de los beneficios de las empresas y son los primeros en abandonar el barco, cuando les cosas se tuercen. Por último no debemos quitar importancia, al tema medioambiental que ha empezado a calar hondo, cuando nos damos cuenta que nuestros sistemas productivos clásicos, llevan como consecuencia, una degradación de nuestro planeta, que puede conducirnos en un plazo medio de tiempo a legar un mundo inhabitable a nuestros descendientes.
Una reflexión sobre todo ello y una mirada retrospectiva a la historia, nos permite afirmar que nos encontramos inmersos en un gran periodo revolucionario, solamente comparable a la gran revolución industrial, que empezó a finales del siglo XVIII y se alargó durante el siglo XIX, hasta la mitad del pasado siglo XX, cuando las clases sociales, empezaron a quedar bien definidas y la necesidad de reducir las diferencias entre ellas, dio paso a la socialdemocracia, como fórmula política más adecuada.
La nueva tecnología que impuso la máquina de vapor, inventada por James Watt, significó el fin de una era y de una estructura laboral basada en pequeñas i domésticas unidades de producción, pasando a la concentración en grandes fabricas donde se multiplicaba la producción rebajando los costes, por la generación de más i más excedentes. Además de significar el nacimiento de una nueva clase social, “el proletariado” el gran cambio tiene lugar en la propia esencia de la estructura social, la familia, que se reduce notablemente en número al pasar de convivir bajo un mismo techo y trabajar en la misma unidad de producción, padres, tíos, hijos, sobrinos y nietos, a vivir en viviendas aparte, el matrimonio con los hijos, que al alcanzar la mayoría de edad se independizan y fundan nuevos núcleos.
Hoy la estructura familiar también experimenta cambios profundos debido a las nuevas formas de trabajo, cambios a los que, como entonces, hay grandes estructuras que son contrarias, por el temor a perder poder, como las principales religiones, incluida la Iglesia Católica.
Pero, no hay quien pueda detener el progreso y al final quien lo pretende acaba siendo atropellado por los acontecimientos; por ello es necesario que ya mismo, los españoles nos pongamos a trabajar, que busquemos fórmulas para financiar a los nuevos emprendedores, que los hay, que encontremos nuevas estructuras empresariales de propiedad compartida, lo que en unos momentos se llamó economía social, que apostemos fuertemente por la formación, como el gran camino a la generación de beneficios. Todo ello sin olvidar ni un ápice de la protección social y los derechos que la clase obrera de nuestro país le ha costado tanto tiempo conquistar.
Estoy convencido que solo aquellos que verdaderamente hagan apuesta de futuro, saldrán de la crisis y España, será uno de ellos siempre y cuando no nos dejemos engañar, por los cantos de sirena de una clase empresarial que debe girar 180º su mentalidad conservadora i anacrónicamente periclitada, si no quiere perder el tren del futuro, ni verse desbordada por los acontecimientos.
No temamos, a los cambios, y pensemos muy seriamente en las palabras que un gran español, Francisco Pi y Margall, pronunció hace 150 años. La Revolución es la paz y la Reacción es la guerra.
Los gobiernos han podido hacer más o menos para facilitar las cosas, empleando políticas, más o menos acertadas, para crear las condiciones más óptimas, para que la sociedad desarrolle sus capacidades, pero al fin y al cabo, es esta la que debe reaccionar y saber encontrar el camino adecuado.
Hoy nadie duda que la crisis que estamos pasando, sea una verdadera revolución, en el sentido más literal de cambio. Cambio en los sistemas productivos, en las formas de vida, e incluso de la organización social.
Los viejos sistemas del trabajo en grades fábricas, parecen haber pasado a la historia. Cada vez se hace más y más necesario, avanzar hacia el modelo de pequeñas factorías, altamente especializadas, más fáciles de gestionar. Los modelos productivos también están cambiando, dejando obsoletos los trabajos en cadena, substituidos por máquinas robotizadas. La propiedad de las empresas también ha experimentado un giro de 180º, pasando de la antigua empresa familiar de los orígenes del capitalismo, a las sociedades anónimas, con un capital tan repartido que las personas como propietarias de una empresa han dejado de tener significación alguna. Sin embargo, este giro ha provocado el nacimiento de una nueva clase social, mal denominada empresariado, que no forzosamente debe coincidir con los propietarios de las empresas, si no que están formados por altos ejecutivos, muy bien retribuidos económicamente, la mayor parte de las veces son los que se agencian la parte del león de los beneficios de las empresas y son los primeros en abandonar el barco, cuando les cosas se tuercen. Por último no debemos quitar importancia, al tema medioambiental que ha empezado a calar hondo, cuando nos damos cuenta que nuestros sistemas productivos clásicos, llevan como consecuencia, una degradación de nuestro planeta, que puede conducirnos en un plazo medio de tiempo a legar un mundo inhabitable a nuestros descendientes.
Una reflexión sobre todo ello y una mirada retrospectiva a la historia, nos permite afirmar que nos encontramos inmersos en un gran periodo revolucionario, solamente comparable a la gran revolución industrial, que empezó a finales del siglo XVIII y se alargó durante el siglo XIX, hasta la mitad del pasado siglo XX, cuando las clases sociales, empezaron a quedar bien definidas y la necesidad de reducir las diferencias entre ellas, dio paso a la socialdemocracia, como fórmula política más adecuada.
La nueva tecnología que impuso la máquina de vapor, inventada por James Watt, significó el fin de una era y de una estructura laboral basada en pequeñas i domésticas unidades de producción, pasando a la concentración en grandes fabricas donde se multiplicaba la producción rebajando los costes, por la generación de más i más excedentes. Además de significar el nacimiento de una nueva clase social, “el proletariado” el gran cambio tiene lugar en la propia esencia de la estructura social, la familia, que se reduce notablemente en número al pasar de convivir bajo un mismo techo y trabajar en la misma unidad de producción, padres, tíos, hijos, sobrinos y nietos, a vivir en viviendas aparte, el matrimonio con los hijos, que al alcanzar la mayoría de edad se independizan y fundan nuevos núcleos.
Hoy la estructura familiar también experimenta cambios profundos debido a las nuevas formas de trabajo, cambios a los que, como entonces, hay grandes estructuras que son contrarias, por el temor a perder poder, como las principales religiones, incluida la Iglesia Católica.
Pero, no hay quien pueda detener el progreso y al final quien lo pretende acaba siendo atropellado por los acontecimientos; por ello es necesario que ya mismo, los españoles nos pongamos a trabajar, que busquemos fórmulas para financiar a los nuevos emprendedores, que los hay, que encontremos nuevas estructuras empresariales de propiedad compartida, lo que en unos momentos se llamó economía social, que apostemos fuertemente por la formación, como el gran camino a la generación de beneficios. Todo ello sin olvidar ni un ápice de la protección social y los derechos que la clase obrera de nuestro país le ha costado tanto tiempo conquistar.
Estoy convencido que solo aquellos que verdaderamente hagan apuesta de futuro, saldrán de la crisis y España, será uno de ellos siempre y cuando no nos dejemos engañar, por los cantos de sirena de una clase empresarial que debe girar 180º su mentalidad conservadora i anacrónicamente periclitada, si no quiere perder el tren del futuro, ni verse desbordada por los acontecimientos.
No temamos, a los cambios, y pensemos muy seriamente en las palabras que un gran español, Francisco Pi y Margall, pronunció hace 150 años. La Revolución es la paz y la Reacción es la guerra.
Me recuerdas las visitas de los socialistas alemanes pidiendo que les diéramos las claves para convencer a la ciudadanía. Paco Marugan fué claro y yo estuve muy de acuerdo: trabajar, trabajar y trabajar. Todo lo importante requiere esfuerzo durante mucho tiempo, a veces no se consigue en una vida, pero es la única forma de vivir con decencia
ResponderEliminarTrabajar, pagar los impuestos repartir lo que tenemos y adecuar nuestras necesidades a nuestras posibilidades, también combatir con todos los medios que tenemos ha los pesimistas y los aprovechados
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