En estos días confusos, cuando parece que nada ni nadie
sepa encontrar la solución al marasmo donde estamos inmersos, y quizás para
abonar más la barahúnda, se oye a un lado y otro del espectro político
diatribas contra el estado autonómico, responsabilizándolo del desbarajuste
económico y de las graves consecuencias que de el se derivan; cuando se debería
reconocer que pese a unos problemas de funcionamiento, esta organización
territorial en la España democrática, ha sido una de las piezas fundamentales no
solo de la consolidación democrática, si no de su progreso social.
Si es verdad que el asunto empezó algo cojo y con poco
convencimiento de una mayoría del pueblo español, a quien la reivindicación
catalana y vasca de poner como condición a la democratización del país, el
reconocimiento del estatus conseguido durante la II República española, le
resultaba si más no extraño. También es cierto que esta reivindicación,
resultaba difícil de aceptar para el franquismo, que aunque desde su ala
moderada que representada por Aldolfo Suarez lideraba el proceso de transición,
por cuanto se trataba de los herederos de aquellos que habían promovido una
guerra civil, ante el “rompimiento de España” que para ellos representó el
proceso autonómico Vasco y Catalán de 1932. Recuerden amigos la frase de José Calvo Sotelo, el protomartir “España
antes roja que rota”.
En base a estas premisas no es de extrañar que a Don
Adolfo y su equipo, se les ocurriera plantear para España una especie de
estructura que quería ser federal sin llegar a ello, pues el vocablo podía
desencadenar las iras de los nostálgicos del anterior régimen infiltrados en
buena parte de las estructuras estatales, una estructura que se convino en
llamar estado autonómico y que hasta hoy a persistido, a pesar de graves
problemas en la asunción de competencias
y la financiación.
Para algunos, principalmente los llamados nacionalistas
periféricos, se trataba de un punto de partida, del camino hacia metas más
ambiciosas como la independencia de sus respectivos territorios, a este fin en
los últimos treinta años, no han hecho otra cosa que lanzar diatribas en contra
de progresar hacia un autentico federalismo, que acabaría cerrando el proceso.
Para otros, los nacionalistas españoles, que haberlos
haylos y en no poca cantidad en la piel
de toro, se trató de una especie de punto final de una mera descentralización
administrativa que de ninguna, debía representar mengua alguna del sacrosanto
poder del estado.
En medio de estos bloques, nos hemos encontrado siempre
los federalistas, unos si se quiere soñadores, que seguimos creyendo en la
posibilidad de entendernos y que consideremos las diferencias de lengua y
cultura como un gran valor que nos enriquece a todos, y que de ninguna manera
debe ser causa de separación.
Los federalistas, en los años 80, veíamos el proceso
esperanzados, pensando que en cuanto se superara el peligro que el franquismo
representaba, avanzaríamos sin tropiezo ninguno hacia la completa
federalización de España. Nos equivocamos de pleno, por cuanto infravaloramos
el poder del nacionalismo tanto español como periférico que en estos años se ha
impuesto por completo, consiguiendo su principal objetivo de enfrentar unos
contra otros, sin consideración de ideologías
Hoy vemos con preocupación como en Cataluña la derecha
nacionalista de CiU con los medios de comunicación a su servicio, está
imbuyendo en la ciudadanía la idea independentista, en base a la crítica al
federalismo como un principio caduco y trasnochado que nadie quiere, llegando
incluso a mellar en las filas socialistas, donde una minoría, adjetivando al
federalismo como asimétrico, intentan congeniar con el nacionalismo catalán.
Por otra parte, esta situación está provocando una reacción en otras
comunidades como en Extremadura y Andalucía donde se empiezan a oir voces
incluso desde el bando socialista en pro de la nación española como única y
sacrosanta, olvidando que este concepto al fin i al cabo fue la màxima
franquista por excelencia.
La gente en Cataluña no se moverá por las ideas nacionalistas o no nacionalistas, de unos o de otros.
ResponderEliminarLa gente se ha empezado a movilizar desde que se conocen las balanzas fiscales. Y, en consecuencia, el déficit fiscal de Cataluña.
La ecuación es muy clara: pagamos más y encima somos el chivo expiatorio de todos los males (insolidarios, rácanos, etc...)
El peligro es que ahora ya no es un tema de ideología o de nacionalismo separatista. sino un tema de cifras.
¿Las conocen? Duelen de verdad. Aquí hay sentimiento bastante más simple que el de las ideas: no vale la pena seguir en España como hasta ahora.
Propongo un ejercicio de ficciión: imaginemos que mañana por la mañana los catalanes nos levantamos y renunciamos a todas nuestras reivindicaciones.
ResponderEliminarRenunciamos al pacto fiscal, renunciamos al catalán como lengua vehicular en las escuelas, renunciamos a quejarnos de las infraestructuras y de las autoestopistas, renunciamos a poder hablar en catalán antes la justicia, renunciamos a que los funcionarios tengan que concocer el catalán, y renunciamos a quejarnos de lo que aportamos al erario público.
¿Alguien se cree que Cataluña dejararía de ser el chivo expiatorio y causante de todos los males de España?
¿alguién se atreve a dar una explicación a esto?
Exigir el mismo nivel de contribución fiscal a la solidaridad que los Lánder en Alemania, es un crimen?
ResponderEliminarTan difícil es admitir que no podemos sostener un déficit del 8 o 9% del PIB?
Cual es el límite en alemania?
Y en Estados Unidos?