La actual crisis económica, si bien tiene un origen y unas causas comunes en todo el orbe planetario, y que no son otras que una pésima gestión de las entidades financieras; sin embargo, en función del país que estemos hablando, unos determinados matices y unas bases económicas claramente diferenciadas, obligan a pensar en soluciones no exactamente iguales para todos.
Si bien las medidas más urgentes, como el poner dinero público a disposición de las entidades financieras para evitar su quiebra y con ello un más que probable desmoronamiento del sistema, con la recesión consecuente, muy prolongada en el tiempo, como fatalmente fue la del crack de 1929, han tenido carácter universal, y contado con el soporte de la mayoría de expertos y políticos de todo el abanico ideológico, circunstancias que las han hecho extremadamente útiles para parar la hemorragia.
Cuando los enfermos han superado su fase más crítica, pero siguen postrados en una camilla de la UVI, la atención de cada paciente debe ser personalizada y de acuerdo con sus más íntimas circunstancias, pues en su recuperación deberá tenerse muy en cuenta, todos los detalles que le han conducido a esta penosa situación.
En el caso concreto de España, la crisis no sobreviene, como en Estados Unidos, por unas hipotecas subprime, aunque algunos españoles hayan visto perjudicados sus ahorros por arriesgadas inversiones de entidades financieras nacionales, si no por el hecho de una burbuja inmobiliaria de desproporcionadas dimensiones, que con su estallido ha descapitalizado a promotores y financieros.
Leopoldo Abadia, el jubilado que nos habló por primera vez de la crisis Ninja, veía, y con razón, como un factor negativo del problema generado en Estados Unidos, la dificultad de medirlo en su totalidad, pues los activos “subprime” estaban mezclados con otros activos sanos de tal manera que casi era imposible determinar cuales eran tóxicos y cuales no. A mi entender una buena parte de este problema es el que nos está sucediendo hoy día en nuestro país, no por el hecho de una morosidad en el pago de hipotecas, que si bien hay que decir que ha aumentado, sigue estando en unos índices bajísimos; porque el problema, no son los ciudadanos que hayan comprado un piso y ahora no pueda pagar la hipoteca, pues la mayoría acaban haciendo un esfuerzo y solicitando la ayuda familiar, para conservar su techo si no que los bancos y las cajas, han debido quedar-se con una serie de viviendas, terminadas o a medio construir, por los créditos impagados de promotores y constructoras.
Por todos es sabido que la base principal de una entidad financiera es la confianza de sus clientes y que esta confianza sufre una merma directamente proporcional al índice de morosidad; pues es de toda lógica no confiar nuestros ahorros en alguien a quien se puede engañar fácilmente o que asume riesgos imprudentes, por llamarlos de alguna manera. Es así que bancos y en particular las cajas de ahorros, han disfrazado sus índices de morosidad, incorporando como activos, edificios completos o a medio hacer, como liquidación de créditos que de otra manera hubieran resultado impagados, consiguiendo con ello que sea muy difícil evaluar la cuantía exacta del problema.
Pero que sucede con estos activos, las entidades financieras, de momento los contabilizan al precio que tenían antes del estallido de la burbuja, si acaso un pequeño porcentaje por debajo, pero, ¿valen en realidad este precio o habrán de liquidarlos a precio de saldo dentro de un tiempo? Para ganar tiempo y evitar grandes catástrofes como la de Caja Castilla la Mancha, el Banco de España, promueve las fusiones entre entidades a fin de conseguir dimensiones lo suficientemente adecuadas de patrimonios, que les permitan aguantar a la espera que una mejora general de la economía, les permita no tener que liquidar estos activos a precio de saldo.
Hasta hoy se ha dicho que la solidez financiera de las entidades españolas ha permitido que la intervención con dinero público no fuera muy grandes, aunque yo creo que lo único que ha sucedido es que por las especiales características de nuestra economía, basada en la pura y dura especulación del ladrillo, las entidades financieras, han podido esconder por un tiempo sus debilidades, pero que ahora se verán abocadas a mostrarnos sus vergüenzas.
Sentada esta premisa, creo que se hace muy urgente en nuestro país, un mayor control del sistema financiero, un mayor control que evite estas prácticas heterodoxas, que acaban poniendo en peligro los puestos de trabajo de muchos de nuestros compatriotas. Quizás una buena manera sería, la instauración de una nueva Banca Pública, en competencia directa con la Banca Privada, una nueva banca pública que sirviera de soporte e impulso financiero a esta nueva economía sostenible que debemos crear en nuestro país, para salir del marasmo. ¿No se podría empezar por aprovechar la estructura de la Caja Castilla la Mancha, recientemente intervenida por el Banco de España, en lugar de reprivatizarla, como aconseja el neoliberal gobernador Fernández Ordoñez?
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