Estoy seguro
que todos, con más o menos matices, coincidiríamos si nos pusiéramos a definir
el concepto del poder y creo que también acordaríamos que lo más importante en cuanto a la
organización social, no es la definición del concepto si no quien lo detenta y
ejerce, y es precisamente esta cuestión sobre la que pretendo reflexionar en el
presente artículo.
Desde el
siglo XVIII, cuando el capitalismo como forma de organización social, vio la
luz, y la propiedad privada se puso al alcance de buena parte de la ciudadanía,
arrebatándole el privilegio a la aristocracia, mantuvo la detención del poder
en función de la posesión de riqueza, solo que dejó de estar concentrada en la
nobleza, abriendo la posibilidad de acceso a la burguesía; la estructuración
del estado nación, como forma de
representación para la coordinación de esfuerzos y recursos, delegó en el
gobierno de esta institución el ejercicio del poder colectivo. La democracia,
tal como hoy la entendemos, vino a organizar de una forma más justa esta
delegación de poder, pero de hecho mantuvo la idea de la acumulación de
recursos como base principal. Los impuestos devenían la formula efectiva de
delegación del poder en manos del estado, al administrar más recursos que
ningún otro ciudadano individualmente, devenía la representación del poder.
Este tipo de
organización funcionó con sus más y sus menos, hasta los años 80 del pasado
siglo XX, donde las grandes corporaciones fundamentalmente norteamericanas, que
mediante la llamada globalización, conseguían capitales en todo el mundo,
lograron superar los recursos de muchos estados nación, dominándoles en base a
la adquisición de su deuda pública. El intento de neutralización de esta
estrategia, en Europa, con el progreso de la UE, fue el más serio adversario de
las corporaciones, pues la puesta en común de los recursos de una serie de
países ricos, como los componentes de la Europa de los 27, superaría muy mucho,
incluso la conjunción de capitales de todas las corporaciones juntas; tanto es
así, que el acoso y derribo de la UE se convierte en el principal objetivo y
para ello se cuenta con un aliado imprescindible como es el nacionalismo, esta
idea ancestral tan arraigada en la vieja Europa, que viene a consagrar como
importante el bien de unas élites, digámosles locales, por encima del bien de
la totalidad de los ciudadanos, que uniendo esfuerzos y en base a la
solidaridad conseguirían metas muchos más elevadas.
Una
constante en los grupos que han ostentando el poder durante las diversas épocas
de la historia es la acumulación de dinero; pudiendo afirmar sin lugar a
equivocarnos que es quien tiene la llave de la caja, el que domina todo lo
demás. Particularmente en la época actual, esta cuestión se hace bien patente,
cuando todos reconocemos a los realmente poderosos en el sector financiero, que
incluso han llegado al extremo que gobiernos y organizaciones ciudadanas, nos
sacrificamos, hasta límites inconcebibles, para salvarles de la ruina más
absoluta que su egoísmo y sus errores de gestión les han conducido.
Pero amigos,
estamos en el siglo XXI, y afortunadamente, los europeos, a través, del llamado
estado del bienestar, hemos conseguido un nivel de educación y conocimiento, y
como consecuencia capacidad de raciocinio, mucho mayor que nuestros
antepasados, cuestión que nos sitúa en perfectas condiciones para emprender una
verdadera revolución que venga a poner en solfa una de las realidades que se me
antojan bien patentes, como es la cuestión de dilucidar donde reside
verdaderamente el poder y que buscar la manera de ejercerlo en beneficio de la
gran mayoría de ciudadanos.
Es falso que
el poder real lo ostenten los grandes financieros, ellos lo que hacen es
comprar, voluntades con dinero o movilizando agentes de coacción que mediante
la violencia, consigan doblegar a quien ose plantarles cara. El poder sigue
residiendo en la colectividad de los ciudadanos y su capacidad de ponerse de
acuerdo, así como de su capacidad basada en el conocimiento de crear riqueza. Un pequeño ejemplo de esta afirmación lo hemos
tenido en España, con la huelga de los trabajadores de limpieza de Madrid, por
cuanto los trabajadores organizados, han plantado cara a unas propuestas
totalmente injustas de la patronal, y a un gobierno derechista tras el que se
parapetaba el empresariado, consiguiendo un éxito total y dejando bien patente
que el poder real se encuentra de su lado, pues al fin y al cabo sin ellos es
imposible prestar el servicio, y más cuando la ciudadanía directamente afectada
se solidariza con ellos. Buena prueba de ello, y quizás podríamos considerarlo como
otro éxito adicional, conseguido por los trabajadores, el pánico que se ha
desatado en el partido gobernante y particularmente en la alcaldesa de Madrid
quien ha rozado el ridículo más espantoso, pretendiendo atribuir el éxito de la
huelga, de evitar el ERE planteado, no al esfuerzo y decisión de los
trabajadores organizados, si no a la reforma laboral que más paro ha provocado
en la historia de nuestro país.
El poder
real, reside en la colectividad organizada, aunque desde siempre las élites han
intentado y hasta hoy conseguido, en base a la compra de voluntades, de la
difamación y desprestigio de las entidades organizativas de la clases populares
y la carga contra la verdadera democracia, convencernos a todos que el poder
sigue residiendo en sus manos, como antaño lo habían situado en manos de un
rey.
La llamada
clase media y las clases populares en el siglo XXI, deberíamos ser conscientes
del poder que realmente nos da nuestra capacidad de organizarnos y lanzarnos a
promover la gran revolución del siglo XXI, que vuelva a situar las cosas en el
sitio que les corresponde, donde se deje de considerar a los trabajadores en
las empresas como un coste igual que el de las mercancías y se le de la
consideración que merecen como seres humanos y como piezas más fundamentales
incluso que el capital, en el progreso de las empresas.
La
intelectualidad del siglo XXI, conjuntamente con los partidos y organizaciones
de izquierda, deberían ya lanzarse a despertar en las llamadas clases medias y
trabajadoras, su consciencia de poseedores del poder real y la necesidad por el
bien de todos que lo ejerzan de forma organizada y efectiva, arrebatándoselo a
las actuales elites que lo detentan de forma totalmente ilegítima. Esta va a
ser la verdadera revolución en el siglo XXI, la que en verdad va a sentar las
bases de la convivencia en la nueva era que empieza hoy mismo.
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