lunes, 2 de diciembre de 2013

EL PODER


 
Estoy seguro que todos, con más o menos matices, coincidiríamos si nos pusiéramos a definir el concepto del poder y creo que también acordaríamos  que lo más importante en cuanto a la organización social, no es la definición del concepto si no quien lo detenta y ejerce, y es precisamente esta cuestión sobre la que pretendo reflexionar en el presente artículo.

 

Desde el siglo XVIII, cuando el capitalismo como forma de organización social, vio la luz, y la propiedad privada se puso al alcance de buena parte de la ciudadanía, arrebatándole el privilegio a la aristocracia, mantuvo la detención del poder en función de la posesión de riqueza, solo que dejó de estar concentrada en la nobleza, abriendo la posibilidad de acceso a la burguesía; la estructuración del estado nación, como forma de  representación para la coordinación de esfuerzos y recursos, delegó en el gobierno de esta institución el ejercicio del poder colectivo. La democracia, tal como hoy la entendemos, vino a organizar de una forma más justa esta delegación de poder, pero de hecho mantuvo la idea de la acumulación de recursos como base principal. Los impuestos devenían la formula efectiva de delegación del poder en manos del estado, al administrar más recursos que ningún otro ciudadano individualmente, devenía la representación del poder.

 

Este tipo de organización funcionó con sus más y sus menos, hasta los años 80 del pasado siglo XX, donde las grandes corporaciones fundamentalmente norteamericanas, que mediante la llamada globalización, conseguían capitales en todo el mundo, lograron superar los recursos de muchos estados nación, dominándoles en base a la adquisición de su deuda pública. El intento de neutralización de esta estrategia, en Europa, con el progreso de la UE, fue el más serio adversario de las corporaciones, pues la puesta en común de los recursos de una serie de países ricos, como los componentes de la Europa de los 27, superaría muy mucho, incluso la conjunción de capitales de todas las corporaciones juntas; tanto es así, que el acoso y derribo de la UE se convierte en el principal objetivo y para ello se cuenta con un aliado imprescindible como es el nacionalismo, esta idea ancestral tan arraigada en la vieja Europa, que viene a consagrar como importante el bien de unas élites, digámosles locales, por encima del bien de la totalidad de los ciudadanos, que uniendo esfuerzos y en base a la solidaridad conseguirían metas muchos más elevadas.

 

Una constante en los grupos que han ostentando el poder durante las diversas épocas de la historia es la acumulación de dinero; pudiendo afirmar sin lugar a equivocarnos que es quien tiene la llave de la caja, el que domina todo lo demás. Particularmente en la época actual, esta cuestión se hace bien patente, cuando todos reconocemos a los realmente poderosos en el sector financiero, que incluso han llegado al extremo que gobiernos y organizaciones ciudadanas, nos sacrificamos, hasta límites inconcebibles, para salvarles de la ruina más absoluta que su egoísmo y sus errores de gestión les han conducido.

 

Pero amigos, estamos en el siglo XXI, y afortunadamente, los europeos, a través, del llamado estado del bienestar, hemos conseguido un nivel de educación y conocimiento, y como consecuencia capacidad de raciocinio, mucho mayor que nuestros antepasados, cuestión que nos sitúa en perfectas condiciones para emprender una verdadera revolución que venga a poner en solfa una de las realidades que se me antojan bien patentes, como es la cuestión de dilucidar donde reside verdaderamente el poder y que buscar la manera de ejercerlo en beneficio de la gran mayoría de ciudadanos.

 

Es falso que el poder real lo ostenten los grandes financieros, ellos lo que hacen es comprar, voluntades con dinero o movilizando agentes de coacción que mediante la violencia, consigan doblegar a quien ose plantarles cara. El poder sigue residiendo en la colectividad de los ciudadanos y su capacidad de ponerse de acuerdo, así como de su capacidad basada en el conocimiento de crear riqueza.  Un pequeño ejemplo de esta afirmación lo hemos tenido en España, con la huelga de los trabajadores de limpieza de Madrid, por cuanto los trabajadores organizados, han plantado cara a unas propuestas totalmente injustas de la patronal, y a un gobierno derechista tras el que se parapetaba el empresariado, consiguiendo un éxito total y dejando bien patente que el poder real se encuentra de su lado, pues al fin y al cabo sin ellos es imposible prestar el servicio, y más cuando la ciudadanía directamente afectada se solidariza con ellos. Buena prueba de ello, y quizás podríamos considerarlo como otro éxito adicional, conseguido por los trabajadores, el pánico que se ha desatado en el partido gobernante y particularmente en la alcaldesa de Madrid quien ha rozado el ridículo más espantoso, pretendiendo atribuir el éxito de la huelga, de evitar el ERE planteado, no al esfuerzo y decisión de los trabajadores organizados, si no a la reforma laboral que más paro ha provocado en la historia de nuestro país.   

 

El poder real, reside en la colectividad organizada, aunque desde siempre las élites han intentado y hasta hoy conseguido, en base a la compra de voluntades, de la difamación y desprestigio de las entidades organizativas de la clases populares y la carga contra la verdadera democracia, convencernos a todos que el poder sigue residiendo en sus manos, como antaño lo habían situado en manos de un rey.

 

La llamada clase media y las clases populares en el siglo XXI, deberíamos ser conscientes del poder que realmente nos da nuestra capacidad de organizarnos y lanzarnos a promover la gran revolución del siglo XXI, que vuelva a situar las cosas en el sitio que les corresponde, donde se deje de considerar a los trabajadores en las empresas como un coste igual que el de las mercancías y se le de la consideración que merecen como seres humanos y como piezas más fundamentales incluso que el capital, en el progreso de las empresas.

 

La intelectualidad del siglo XXI, conjuntamente con los partidos y organizaciones de izquierda, deberían ya lanzarse a despertar en las llamadas clases medias y trabajadoras, su consciencia de poseedores del poder real y la necesidad por el bien de todos que lo ejerzan de forma organizada y efectiva, arrebatándoselo a las actuales elites que lo detentan de forma totalmente ilegítima. Esta va a ser la verdadera revolución en el siglo XXI, la que en verdad va a sentar las bases de la convivencia en la nueva era que empieza hoy mismo.

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