Me asusta, leer la opinión
de algunos articulistas, que hoy día no dudan en lanzar diatribas, a mi
entender muy a la ligera, contra el sistema actual de partidos políticos,
acusándoles de antidemocráticos, olvidando que es precisamente en los partidos
políticos, donde se halla la esencia del sistema que muy acertadamente
denominamos estado de derecho.
Los partidos políticos
nacen con la democracia, a partir del momento que los valores forjados en la
Revolución Francesa, se imponen en el mundo civilizado. En nuestro país, a
partir del destronamiento de Isabel II, con el giro democrático, se crean los
primeros partidos, fruto de la unión de personas con unos mismos credos
ideológicos.
La revolución industrial y
el nacimiento de una nueva clase social, el proletariado, son sin duda alguna
los factores de consolidación de la estructura de partidos, como instrumentos
imprescindibles para el funcionamiento del sistema democrático en todo el orbe;
si más no si significó la universalización efectiva de la democracia.
A lo largo de estos casi
200 años en que el sistema de partidos vio la luz por vez primera en nuestro
país, han sido varias, quizás demasiadas, las veces que se ha querido
desprestigiar el sistema, acusando a estas formaciones de instrumentos para satisfacer
las ansias de poder de algunas élites. Resulta curioso si embargo, que siempre
hayan sido los grandes enemigos de la democracia, incluso los que de ella se
han valido para destruirla, quien con más ferocidad intentan su desprestigio
público. Recuerden amigos, los fascismos europeos de los años treinta y
cuarenta del pasado siglo XX en que se calificaba a la democracia y al sistema
de partidos como caduco, desfasado e inútil; o bien por el otro lado, tras el
telón de acero donde utilizando con falsedad el nombre de la democracia, se
restringía de manera brutal incluso la libertad de pensamiento, con la fórmula
del partido único.
Hoy y como secuela e
intento de no perder la gran cuota de poder alcanzada, el liberalismo neocon,
lanza feroces campañas mediáticas de desprestigio de los partidos políticos
tradicionales, alabando de forma sutil el individualismo más descarado.
En cierta forma es lógico
que el neoliberalismo tema perder su posición de privilegio en el mundo, a
partir del fracaso estrepitoso de la mal llamada “revolución conservadora” que
iniciaron en los años 90 Ronald Reegan y Margaret Tatcher, que en estos últimos
20 años ha profundizado enormemente el abismo entre ricos y pobres, sumiendo a
estos últimos a la miseria más absoluta. Son ellos que utilizando a sus
voceros, se dedican a introducir la negatividad de los partidos como fórmulas
de participación de los ciudadanos en la política; son ellos quienes a través
de organizaciones afines, se dedican a desprestigiar el sistema aparejándolo
con la corrupción y generalizando en todos los demás; son ellos quienes se
encuentran detrás del debate de listas abiertas o cerradas, en un claro intento
de consagrar el individualismo frente a la socialización. Porque aquí amigos es
donde está la clave, a los poderosos del planeta, les asusta soberanamente que
la gente se reúna, debata y adopte colectivamente decisiones; que aúne
esfuerzos para conseguir un fin que les mejore, no individualmente si no
colectivamente, pues esto como se ha venido demostrando en Europa después de la
II Guerra Mundial, es lo que ha conseguido un clima de paz y ausencia de
confrontación que ha procurado el mayor avance social de toda la historia del
planeta; frente a un mundo cargado de desigualdades profundas como el modelo
del “self made man” estadounidense ha procurado.
Los partidos políticos de
corte democrático, aquellos que promueven el debate entre sus bases, y sus
órganos de dirección atienden al resultado de estos debates para concretar sus
estrategias políticas, son definitivamente la base fundamental de cualquier
sistema auténticamente democrático. Hay que dejar de lado los cantos de sirena
que nos hablan de nuevas modernidades de pensamiento único e individualismo
poco solidario, y tener mucho cuidado con todos estos otros que desde un
anarquismo subyacente, nos venden el sistema de listas abiertas como la gran
panacea.
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