Llevo un montón de días intentando adivinar donde reside realmente el
poder, en esta sociedad que vivimos, ya en pleno siglo XXI. Desde una óptica
simple y sencilla, y sin buscar los tres pies al gato, cualquiera que nos
topemos por la calle, nos contestará simple y llanamente: “en los mercados”,
pues a ellos achacan, desde nuestros políticos a los grandes hombres de
negocios de nuestro país, las medidas que están tomando, destinadas parece tan
solo a calmar sus iras; o sea que los mercados, son como una especie de ogro o
dragón medieval que se alimenta, no de tiernas doncellas, como los de antaño,
si no de todo aquel pobre que no tiene donde caerse muerto, y que por culpa de
los socialistas, ha tenido la desfachatez de creerse, con derecho a una sanidad
y educación públicas, costeadas con los impuestos que ellos mismos pagan y que
los ricos tratan de eludir, la mayoría de veces con éxito.
Ironías aparte y echando la vista atrás, nos daremos cuenta que antaño y
desde las formaciones políticas de izquierdas, se consideraba elemental hacerse
con los medios de producción con el fin que siendo de propiedad pública, o sea
de todos, los trabajadores habrían conseguido hacerse con el poder y estar en
perfectas condiciones para repartir la riqueza que se generaba. Hoy en día y en
algunas partes, quizás este presupuesto siga siendo válido, si nos atenemos a que la producción de riqueza está concentrada
en un determinado sector y por su envergadura poco diversificado; por ejemplo
Venezuela y la explotación de sus recursos petrolíferos, cuya nacionalización
permitió al presidente Hugo Chavez, controlar la mayor parte de la generación
de riqueza del país, y así proceder a un reparto más justo, en forma de
inversiones que pretenden y consiguen disminuir la pobreza que ya se
consideraba endémica en el país caribeño.
Sin embargo estas condiciones de concentración de los órganos generadores
de riqueza, sucede en muy pocos países, en particular a los que ya no explotan
recursos naturales, por no disponer de ellos, y que se dedican a la
transformación, pues la realidad es que en la mayoría de ellos, no están solo
altamente diversificados, si no que su atomización los hace prácticamente
imposibles de unificar. El propio sistema capitalista se las ingenió, hace ya
unos cuantos años, para ejercer el control sobre estos elementos, a través del
sistema crediticio, después de haber conseguido que la industria, y el
comercio, fuera dependiente del crédito para poder subsistir y seguir generando
trabajo, crédito, la concesión del cual, al final resulta estar en manos de
unos pocos privilegiados en nuestro planeta.
Si lo expuesto hasta aquí, resulta cierto, es lógico, suponer que la
preservación de la democracia, o sea del poder del pueblo a través de sus
representantes electos, ya no reside solo en el control público de los medios
de producción si no del sistema
financiero, hasta su cúspide más alta; cuestión que algunos expertos actuales
remiten al reestablecimiento de controles por parte del poder político, sobre
los grandes especuladores mundiales. Sin embargo se me antoja de momento
imposible por cuanto el poder político sigue anclado en unas estructuras de estado
nación, mientras que el sistema económico, traspasa fronteras con la
globalización.
De todo ello deduzco, que el resultado de la gran revolución que ya estamos
viviendo, y que debe marcar el funcionamiento de la sociedad planetaria del
siglo XXI, pasa necesariamente por unas nuevas formas totalmente diferentes de
las usadas en anteriores revoluciones, a fin que los ciudadanos recuperen el
poder y puedan ejercer un democrático control evitando que unos pocos
aprovechados con el dominio de la situación, ejerzan la explotación del hombre
por el hombre en su beneficio particular. Nuevas formas revolucionarias que
deben partir de una concepción global de la sociedad, y no de visiones
localistas totalmente periclitadas hoy en día. Las formaciones de izquierda, así
como los sindicatos, deberían estar en permanente contacto y debate con sus
homólogos europeos, con el fin de elaborar las estrategias, no solo de
mantenimiento del llamado estado del bienestar, si no de ampliarlo
convenientemente, en aras a un reparto equitativo de la riqueza generada.
Espero y deseo fervientemente esto sea así, pues de otro modo, de seguir
con la visión localista y la estrechez de miras actual, mucho me temo el poder
siga estando en las manos de los pocos privilegiados del planeta, que en su
beneficio son incluso capaces de conducirnos a verdaderos holocaustos, como en
otras ocasiones a lo largo de la historia.
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