En un sistema capitalista como en el que vivimos la llamada civilización occidental, y buena parte de la oriental, los empresarios devienen la base principal del sistema, pues es bien sabido que aquí todo gira alrededor de la obtención de beneficios. De hecho se les considera generadores de riqueza pues desde el aprovechamiento de los recursos naturales, hasta su transformación en bienes y servicios útiles para el hombre, en toda sus fases está estructurado para que generen ganancias, de las que hasta primeros del siglo XX, aprovechaban solo al capitalista, pero que desde mediados de la pasada centuria, se entendió la necesidad de compartirlo con el proletariado, con el fin que este también resultara consumidor de los productos que se generan. La expresión de Henry Ford “Debo pagar bien a mis trabajadores para que puedan comprarme coches” es muy significativa de lo mencionado.
Con todo y llegando casi al primer cuarto del siglo XXI, cuando el verdadero poder se ha concretado exclusivamente en el sector financiero y el antiguo empresario del sector productivo ha sido substituido por personajes perteneciente a una nueva clase social a la que aún nadie le a asignado nombre, que por la cuantía del salario que percibe, casi podríamos decir que le repugna le consideren obrero, pero que ni mucho menos llega a poderse considerar como perteneciente a esta élite que en realidad domina el cotarro; la humanidad empezamos a intuir que en la lucha de clases, las élites están intentando volvernosla a jugar, por cuanto ellos se sitúan en el anonimato, mientras que después de llevarse la parte del león en la riqueza generada, de lo que queda se llevan la mayor parte estos de la nueva clase social repartiéndose la mínima los obreros. Observen Vds. que con esta táctica se consigue un doble objetivo, por un lado las grandes élites siguen llevándose la parte del león, como ha sido desde el principio de los tiempos, aunque ahora ni necesitan dar la cara, y por otro lado consiguen dividir a los asalariados estableciendo enormes diferencias en los emolumentos que perciben.
La gran crisis financiera del 2008, ya nos hizo intuir a muchos que se trataba de una crisis de sistema y que nada podía seguir igual, incluso desde personajes políticos de la derecha como el francés Sarkozy hablaban de refundar el capitalismo pues intuían muy bien que el modelo de la explotación pura y dura del hombre por el hombre estaba completamente agotado y no daba, más de si. Sin embargo la llegada al poder de personajes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Victor Orban o incluso Boris Johnson, con políticas propias de la extrema derecha autoritaria nos hicieron pensar que las élites, lejos de rendirse a la evidencia se habían decidido al igual que hicieron en la primera mitad del siglo XX, a cuestionar el propio sistema democrático; y en esas estamos planteándonos de nuevo si democracia en lugar de remar todos a una para salir del marasmo.
Con todo y afortunadamente, desde las altas esferas de la UE, el asunto está bien claro y la democracia sigue siendo el menos malos de los sistemas de gobierno y el que puede garantizar un futuro de progreso dentro de los cánones de la Libertad, la Igualdad y la Solidaridad, y buena parte de la derecha sigue dispuesta a poner cordones sanitarios a la extrema derecha, asi como el sector empresarial sigue en los cánones de la democracia, huyendo de la especulación pura y dura.
Pero ¿sucede lo mismo en España?, como ya he dicho en algún oro articulo en este mismo blog, en España los que se autodenominan de centro derecha siguen apegados ideológicamente a la dictadura franquista hasta el punto que nunca en los 42 años de democracia que llevamos, no se les ha oído condenar el régimen dictatorial de Franco, si no que con algunos gestos, como los del alcalde Almeida de Madrid, suprimiendo los homenajes a las víctimas del franquismo como las trece rosas o los fusilados en el cementerio de Almudena con versos de Miguel Hernández, vienen a demostrar con claridad meridiana su poca o nula adhesión a la democracia de verdad.
Un factor clave en todo país que se precie es su clase empresarial, pues sin lugar a dudas resulta clave en la aplicación de las medidas política que marcan la evolución del sistema. Una clase empresarial que en tiempos de la dictadura, se acostumbró a una economía de supervivencia, consecuencia directa del bloqueo que en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo la comunidad internacional condenó a la España de Franco. Esta misma clase social, a partir del 78, y sobretodo en 1982, tuvo que hacer frente a la tremenda reconvención consecuencia de la entrada de España en el entonces Mercado Común Europeo y de la supresión del proteccionismo que hasta entonces había imperado y entrando en plena competencia con el resto de la comunidad internacional. Muchos empresarios generalmente de nueva generación y los que con estudios se incorporaban al mundo laboral, se adaptaron rápidamente a la nueva situación y esto nos hizo pensar a muchos que ello conllevaría un “aggiornamento” de la derecha en general que se emularía a sus correligionarios europeos, renegando de la dictadura. Sin embargo todo aquello que en un principio parecía nos iba a conducir a una especie de Paraiso terrenal, 42 años después lamentamos ver como la clase empresarial en su mayoría, procedió a vender y traspasar sus activos, a competidores extranjeros, para dedicar los capitales obtenidos a la especulación pura y dura, que les ha proporcionado enormes beneficios, a cambio de empobrecer al país en general y la mayoría de sus ciudadanos.
Hoy, con un gobierno de carácter progresista al frente del estado español, y ante la certeza que esta vez si vamos a disponer de un nuevo plan Marshall, junto con los demás miembros de la Unión Europea; se me ocurre pensar si será posible obtener la máxima efectividad sin una clase empresarial de verdad dispuesta a invertir a largo plazo y no en la inmediatez de la especulación. A bote pronto se me ocurre que el gobierno que preside Pedro Sánchez deberá quizás promover un potente sector público que afronte los retos a los que vamos a tener que enfrentar, para compensar la falta de una clase empresarial en condiciones; o bien con la potenciación de la llamada economía social, y empresas auto gestionadas por los propios trabajadores que eviten que a medio plazo los grandes beneficios que todo ello generará vaya a parar a unas pocas manos.
Los cambios en profundidad en el sistema que las nuevas circunstancias planetarias imponen como por ejemplo, el cambio climático, un tema imposible de abordar desde el nacionalismo puro y duro, si no que hay que hacerlo desde una perspectiva totalmente global, no pueden aceptar como protagonistas a una clase empresarial como la que domina las instituciones en España, de visión cortoplacista y totalmente especulativa y no dispuesta a aceptar los cambios imprescindibles para un más justo reparto de la riqueza, habrá pues que ir pensando en profundos cambios en el sector empresarial, o bien plantear otras alternativas que les sitúen al margen de la dirección del progreso humano