lunes, 23 de noviembre de 2009

¿ESTAMOS INCUBANDO UNA NUEVA CRISIS?


Con gran acierto, a mi parecer, el socialista español Felipe Gonzalez, ha calificado de falsa la aparente recuperación económica de los países motores de la Unión Europea, pues opina que al no haber aplicado medidas tendentes a un cambio radical en el sistema financiero, no estamos haciendo otra cosa que tropezar en la misma piedra y por consiguiente volver a incidir en el mismo fracaso.

Si nos entretenemos en analizar un poco las medidas adoptadas por los gobiernos derechistas de Francia, i Alemania, nos daremos cuenta que al igual que en los Estados Unidos, han consistido fundamentalmente en el empleo de dinero público, para salvar de la quiebra a las grandes instituciones financieras, pensando que de esta manera el crédito volvería a fluir, y las corporaciones industriales volverían al nivel de beneficios anterior al crack del año pasado. También y con cargo al déficit público, los gobiernos de la Europa de los veintisiete, han intentado paliar las consecuencias de la crisis sobre la población más desfavorecida, mediante coberturas al desempleo, con más o menos intensidad, según fuera la ideología imperante, más o menos socialdemócrata.

Estos días leemos en grandes letra de molde de las primeras páginas de los periódicos de nuestro país, que Francia y Alemania, los dos grandes motores económicos europeos, muestran índices de crecimiento positivos por primera vez después de cinco trimestres sucesivos de caída, señalando a su vez que España a pesar de ser una de las grandes economías y a pesar de haber aminorado en mucho la velocidad de descenso, sigue presentando resultados negativos.

Ante este panorama, un profano económicamente hablando como yo, después de constatar que los índices de desempleo tanto en uno como otro país, siguen siendo los mismos, si no un poco mas altos, se pregunta ¿cuál es la causa de la variación en positivo de los índices de crecimiento? Y la respuesta primera que se me ocurre, es que la base económica de ambos, ha estado mayoritariamente en la industria exportadora y que esta se ha visto beneficiada, por la puesta en circulación de parte de las enormes reservas de divisas en una autarquía política como es China, cuestión que les ha repercutido positivamente en sus cuentas.

Pero, ¿es esto suficiente para garantizar un crecimiento sostenido de la economía europea? Y ¿será suficiente la potencia, para arrastrar al resto de las economías de la Unión? Son preguntas que dejo en el aire, pues, como economista neófito no soy capaz de contestarlas con un mínimo rigor.

Otra de las cuestiones que se me plantean, como a la mayoría de ciudadanos, es el hecho que durante los años del neoliberalismo salvaje, donde la falta total de control indujo a las grandes corporaciones, tanto financieras como industriales, a la obtención de substanciosos y rápidos beneficios, no en base a su actividad normal, si no a una feroz y salvaje especulación, que algunos entendidos han venido en llamar economía de Casino; circunstancia que todo el mundo con dos dedos de frente, considera la principal responsable de la grave contracción económica en la que estamos inmersos; es: ¿qué ha cambiado?, ¿que mecanismos de control se han establecido, sobre las entidades financieras, para que no se pueda volver a repetir una situación como la que hemos vivido? Francamente yo no se ver ninguna. Las atribuciones del Banco Central Europeo, por lo que se refiere a la regulación de las entidades privadas, siguen siendo prácticamente inexistentes, y la máxima de reducir el papel del estado a la mínima expresión, en nombre de una mal entendida libertad, sigue teniendo pleno vigor.

Si Felipe Gonzalez, tiene razón y lo que estamos haciendo es incubar una nueva crisis, lo que si estoy en condiciones de garantizar, es que será mucho peor que la actual, pues al partir los estados, de unas condiciones mucho más desfavorables que ahora, con déficits públicos elevados y deuda por las nubes, consecuencia de los intentos de paliar la actual y las ayudas a las entidades financieras; todo el peso recaerá sobre los ciudadanos, relegando a la miseria más absoluta a las clases populares y más desfavorecidas.

No pretendo ser catastrofista, ni inducir al desánimo, o lo que hoy se viene en llamar desafección, más bien al contrario, creo que hoy más que nunca, debemos confiar en el sistema democrático y exigir a nuestros representantes el máximo rigor en su gestión y la máxima claridad en la exposición de sus propuestas y que sean valientes para afrontar los profundos cambios en nuestro sistema económico, con el fin de garantizar el bien común y no de unos pocos como hasta ahora se ha venido haciendo.

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