De un tiempo a esta parte, vengo observando con preocupación que muchos
jóvenes militantes de los partidos de izquierda, están instalados en una
especie de conservadurismo, a mi entender totalmente incompatible, con la idea
revolucionaria y transformadora de la sociedad que debe presidir una formación
socialista.
Quizás sea porque el devenir de los acontecimientos en esta cruel crisis
económica, les instala el miedo en el cuerpo, cuando ven peligrar un estatus por
el que sus padres y abuelos habían luchado duramente.
Quizás sea también que aún no han tocado fondo y un natural instinto de
conservación, les impide plantear-se las innovaciones y el luchar por una nueva
sociedad más democrática y justa socialmente.
Nada de lo que hasta hoy hemos conocido, pervivirá a finales del siglo XXI,
ni las estructuras sociales, ni las relaciones, ni tan solo estructuras básicas
como la familia; van a ser iguales. Nuevos conceptos van a imperar y nuevas
formas de interacción entre humanos, fruto de unas comunicaciones instantáneas,
modificarán substancialmente toda la convivencia tal y como la conocemos.
La democracia, tal como la hemos vivido, tampoco se librará de los cambios
y tanto así porque la tecnología lo permite, como por una ansia natural de
transparencia, la participación ciudadana, va a ganar terreno a la
representatividad pura, que hasta hoy ha sido la base de la democracia liberal.
Bien, eso si finalmente el pueblo consigue frenar la oleada reactiva, que
pretende regresarnos a las condiciones sociales del siglo XIX, despojando de
sus derechos básicos a todo aquel que no pueda pagárselos.
Si, amigos lo que es seguro, es que nada va a ser igual, ni en las empresas
ni en la forma de producir los productos necesarios para subsistir, lo que
hemos practicado toda nuestra vida, de levantarse por la mañana, y desplazarse
hasta un centro de trabajo, donde laboramos durante 8 o más horas, tiene los
días contados. Nuestros hijos y nietos, casi con toda seguridad, podrán
realizar los trabajos desde su propia casa, con unos mínimos desplazamientos.
En las fábricas unas máquinas totalmente robotizadas van a realizar las labores
que hoy realiza el personal que llamamos no cualificado e incluso el de los
cualificados elementales. El sistema de contratación va a ser distinto, los
contratos laborales tal y como los conocemos van a desaparecer dentro de poco,
y el llamado auto-empleo, apunta con ser la clave principal.
Pero bien, esta nueva forma de relaciones laborales podrá derivar en una
pura injusticia social; en una sociedad de clases y castas, donde la
explotación del hombre por el hombre, alcance su máxima sofisticación; o si el
pueblo se lo propone y las organizaciones políticas y sindicales se deciden a
liderarlo, los cambios pueden ser altamente provechosos y el resultado en un
futuro más o menos cercano, puede ser una sociedad donde la riqueza se reparta
equitativamente.
La gran revolución, (léase cambio) no la va a poder detener nadie; es
quizás por esto que los grandes poderosos de este planeta, ya llevan tiempo con
la clara idea de canalizarla hacia su propio beneficio y no cesan de mover los
hilos que les permiten mantener su status actual, por el que unos pocos
elegidos se aprovechan de la pobreza, o mejor decir miseria, de muchos millones
de humanos.
La izquierda; tanto la moderada, como la que configuran los grupos más
extremistas, parece haber perdido el norte; o bien se dedican a renegar del
cambio irremediable que se está produciendo, (antisistemas); o bien se dedica a
negociar las migajas del pastel, con los poderosos, con el temor y la esperanza
de no acabar perdiendo totalmente, los derechos que sus padres y abuelos habían
conquistado; aunque parece que no quieran admitir que si no se acepta de
entrada que el camino hacia un nuevo mundo ya no tiene retorno difícilmente se
podrán elaborar estrategias, para conseguir que los poderosos lleven el agua a
su molino.
No va a ser en base a propuestas de subvencionar desde el estamento público
los costes laborales, que regresaremos al estado del bienestar y el pleno empleo,
si no que un grandísimo parque de empresas en régimen de economía social,
marquen las directrices y un estado o un ente superestatal (UE), fuerte y apoyado por un sector público
potente, regule el sector financiero y lo sitúe donde debe estar en la segunda
fila del verdadero poder.
Terminado de escribir este articulo, he estado a punto de romperlo, pues se
me antoja una total incongruencia que un viejo de 66 años como yo, predique
una revolución que según parece muchos jóvenes niegan su existencia; una
revolución de los que con toda seguridad, y por ley de vida no podré ver ni sus
primeros resultados.
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