Empezaron los de Podemos denostando el estado de derecho que los españoles
y las españolas, que hoy peinamos canas, conseguimos establecer en 1978 después
de haber soportado casi 40 años de una feroz y cruel dictadura, que hasta 1975,
año en que moría el dictador se aplicó pena de muerte y se ejecutó a diversos
ciudadanos por defender sus ideas opuestas al régimen imperante.
El movimiento de los indignados del 15 M, origen del partido Podemos,
quizás por haber nacido, sus componentes en democracia, y poseídos del
sentimiento iconoclasta y de la rebeldía contra sus progenitores y la idea que
representan propios de la juventud. Empezaron a tildar de régimen del 78 a
nuestro estado de derecho, basándose en magnificar sus errores, que no fueron
tantos y en su necesidad de reformas para adaptarse a los nuevos tiempos que se
avecinan, para calificarlo de poco o nulo democrático.
Internacionalmente, España está reconocido como una democracia plena en
todos los sentidos, en algunos puntos hasta se la considera en el grupo de las
más avanzadas del planeta, por lo que calificar, en sentido despreciativo, de
régimen nuestro actual estado de derecho se me antoja francamente desagradable
y fuera de lugar y más cuando este calificativo que parece ya superado en el
partido Podemos y sus confluencias es adoptado por el independentismo catalán,
que necesita para sobrevivir, seguir mostrándose como víctima de la dictadura
española. Según manifestó el pasado sábado 16 de marzo, el vicepresidente de la
entidad independentista Ómnium Cultural, Marcel Mauri en la Plaza de Cibeles,
cuando proclamó que el movimiento independentista catalán tiene como principal
objetivo acabar con el régimen del 78 en España.
Debo confesar que han sido las palabras de Marcel Mauri las que me han
inducido a escribir este artículo, pues como ciudadano, que debió soportar
durante treinta y dos años de mi vida, un régimen de salvaje dictadura como la
de Franco y que como catalán tuve que sufrir humillaciones añadidas por razón
de hablar una lengua materna distinta del castellano. No puedo tolerar de
ninguna de las maneras, que unos nacionalistas como Puigdemont, Quim Torra, se
dediquen a tirar por los suelos lo que a los de mi generación nos costó tantos
años y sacrificios construís de forma pacífica y ejemplar en el mundo entero; y
más cuando el que inventó el término, el partido Podemos, hoy ya no lo usa casi
nunca, pues se ha dado cuenta que no le daba rédito electoral ninguno, sino más
bien todo lo contrario.
No quiero decir con esto que la constitución de 1978 sea un documento
intocable, como los evangelios o los textos sagrados; los que habitualmente me leéis
habréis observado que soy partidario de modificarla para adaptarla a los nuevos
tiempos, dándole una orientación puramente federal, que para mi es la única
forma de administrar un territorio tan diverso y complejo como es España.
Modificación que intuyo debe hacerse en base a un profundo dialogo, negociación
y pacto entre todas las fuerzas políticas y los territorios, que las fuerzas de
ideología nacionalistas deberían aparcar sus postulados exclusivistas por el
bien común de todos, con el fin de construir en lugar de destruir, con el fin
de unir en lugar de confrontar, con el fin que desde el respeto a nuestras
diferencias culturales, lingüísticas, o de cualquier otro orden, seamos capaces
de sacar un rendimiento que nos aproveche a todos por igual.
En fin que sepamos poner al servicio de todos nuestras capacidades, para
que el conjunto de ciudadanos progresemos con igualdad libertad y solidaridad.
Los que despectivamente hablan del régimen del 78, deberían reconocer que a
pesar de los defectos, como toda obra humana tiene, este “régimen” les ha
permitido estudiar alcanzar un nivel de cultura que la mayoría de sus
antecesores no pudieron tener y que afortunadamente no han tenido que manejarse
en la clandestinidad por sus ideas políticas y que gracias a él, hoy estamos en
condiciones de modificarlo para adaptarlo democraticamente a la nueva realidad
de un mundo muy distinto que se nos presenta por delante.
Sé que ni independentistas catalanes ni nacionalistas españoles van hacer
caso de lo que he dicho en este último párrafo, pues su ideología les conduce
no al progreso si no a quedarse anclados en los años cuarenta, el españolismo y
a finales del XIX a los nacionalistas
catalanes; son gentes a los que les asusta el progreso y quieren vivir
en una realidad ficticia e imposible hoy en día en que todo les fue bien. Unos
no se dan cuenta que el mundo de los estados nación va de capa caída y que los
organismos supranacionales son ya la nueva manera de encarar el futuro y otros
parece que aún no han salido de la fase imperialista y siguen soñando cuando en
España no se ponía el sol. Las mayorías sociales debemos perder el miedo al
futuro que nos viene, debemos tener la serenidad de afrontarlo democráticamente
y no permitir que de nuevo las élites minoritarias dominen y exploten a las
mayorías, debemos procurar por la igualdad de los seres humanos, debemos
administrarnos de forma que ninguno pase hambre ni tenga necesidad de dejarse
explotar por otro para subsistir. No les estoy hablando de utopías, lo que digo
es posible y en España, gracias al mal llamado régimen 78 hemos podido empezar
a catar un estado del bienestar, donde la justicia social y un reparto más equitativo
de la riqueza que generamos, estaban en el orden del día con tan solo 20 años
de gobierno del PSOE.