Soy muy consciente
que en campaña electoral, es del todo imposible pedir calma y tranquilidad en
los ambientes políticos, pues es sin duda el momento en que la confrontación y
contraposición entre adversarios, adquiere el máximo de su expresión, con el
fin de conseguir el voto de los ciudadanos. Sin embargo, en esta campaña en
Catalunya de cara a las elecciones del 27 S, que todos han convenido en
considerar como “muy especiales”, el tema de la crispación está llegando a límites
altamente preocupantes, por aquello que plantear cuestiones que apelan a los
sentimientos humanos, sitúan los debates en el terreno de irracionalidad, que
acaba por afectando incluso las relaciones personales e incluso familiares.
Como yo, hay muchos
en Cataluña, que hemos acabado, por no hablar de este tema en las reuniones
familiares, o de amigos muy íntimos, con el fin que no se exciten los ánimos,
que podría conducirnos incluso a situaciones de ruptura; con todo, se trata de
una posición altamente incómoda, y en cierta forma falsa, pues el principio de
confianza y de amor que debería presidirlas, se ve superado por el ciego apasionamiento
nada racional.
Resulta chocante
observar que las diferencias ideológicas, (derecha e izquierda), los catalanes
las habíamos llevado, con una normalidad absoluta, sin excitarnos más de lo
debido en las discusiones, salvo en algunos casos muy esporádicos, en los que
siempre se acababa, imponiendo el sentido de la amistad, sin que el asunto
pasara a mayores. Sin embargo hoy, observo que tras una acalorada discusión
sobre el independentismo, la gente deja de hablarse, y saludarse cuando se
cruzan por la calle..
Preguntándome el
porqué de esta actitud, habiéndola experimentado en carne propia, llego a la
conclusión que Artur Mas y sus correligionarios, en base a apelar a los
sentimientos, han conseguido despertar un cierto odio atávico que todos debemos
llevar dentro y que solo aflora en determinadas y especiales circunstancias,
que el nacionalismo ha sabido aflorar.
Como ilustración a lo
que digo, paso a contarles una experiencia vivida por mí; Como los que
habitualmente siguen mis escritos, soy persona de pensamiento de izquierdas y
militante del PSC en Cataluña, partido hermano del PSOE, como tal, no soy
partidario de la independencia, si no un firmemente convencido, de la imperiosa
necesidad de abordar en España una profunda reforma de la Constitución en un
sentido federal, que nos de la posibilidad de conseguir una Nueva España en
donde todos nos podamos sentir cómodos y trabajando conjuntamente para
reemprender la senda del progreso y la justicia social. Uno de mis mejores
amigos, es de pensamiento derechista y simpatizante del Partido Popular y como
tal un nacionalista español convencido y partidario de un país centralizado,
como fórmula que garantice un progreso económico, sin paliativos. Pues
bien, hace unos pocos años, en una cena
de noche vieja, en casa de otros amigos a la que ambos asistimos, nos
embarcamos en una fortísima discusión, intentando confrontar dos puntos de
vista a todas luces irreconciliables, hasta el punto de no solo levantarnos la
voz si no llegar casi al insulto; Salimos de la cena, los dos enfadados de
verdad, sin embargo a los dos días y con una simple llamada telefónica, ambos
supimos regresar a una situación de normalidad donde el mutuo aprecio que
siempre nos hemos tenido, volvió a imperar, hasta el punto que en otras
ocasiones hemos sabido hablar y contrastar opiniones, argumentado y en el tono
propio de la gente civilizada.
Otros amigos sin
embargo, con los que nos reunimos habitualmente y desde hace un montón de años,
en Nochebuena y que todos ellos han optado por posiciones independentistas, se
ha enfriado enormemente nuestra relación que casi podríamos decir se limita a
esta cena, donde alguno de ellos no se puede o no quiere reprimirse y acaba
intentando provocarme, lanzando pequeñas puyas, que mi educación y saber estar,
esquiva con habilidad, haciendo como aquel que se ha vuelto sordo de repente y
desviando la conversación por otros derroteros.
Con otros, que
recientemente han abrazado la fe independentista, cuando hasta hace pocos años,
eran españolistas cien por cien, después de intentar mantener un dialogo para
hacerles partícipes de mis convicciones, han terminado por retirarme la palabra
y casi negarme el saludo si nos cruzamos por la calle.
De todo ello deduzco,
que cuando traspasamos los límites de lo racional, y nos sumergimos en el mundo
de los sentimientos, puede suceder cualquier cosa, hasta el punto de la violencia
más exacerbada y esto amigos, és lo que más temor me da en la actual situación
de Cataluña, donde unos cuantos han sabido fanatizar a una gran masa, que nos
puede abocar a todos al precipicio.
Había oído hablar
hace unos años, de situaciones parecidas a las que hoy tenemos en Cataluña, en
el País Vasco, y las dificultades que en
la actualidad, y aun habiendo desparecido la principal causa del conflicto como
era la banda terrorista ETA, se encuentran para recomponer la fractura social
que se produjo. Y en verdad les digo que no deseo para nada, se reproduzca esta
situación en Cataluña, no hay idea, ni patria ni nación alguna que valga la
rotura de la comunidad catalana y esto deberían entenderlo muy bien, el
nacionalismo excluyente de Mas y Junqueras, como en su momento lo entendió el
PNV, abandonando el camino trazado por Ibarretxe, antes no sea demasiado tarde.