He dejado pasar una semana, después de los fastos de santificación del
difunto primer presidente de la democracia española, Don Adolfo Suarez, con la
idea que los ánimos se hayan calmado lo suficiente y este articulo, al que
reconozco un cierto tinte iconoclasta, pueda ser comprendido en su verdadera
dimensión, no como ofensa a nadie, sino de un cierto análisis de una realidad
histórica sin falseamiento alguno.
No ha sido solo a mí, si no a diversos ciudadanos, a los que nos sorprendió
en un primer momento en cuanto Don Adolfo Suarez Illana, hijo del finado,
anunció a los cuatro vientos el próximo fallecimiento de su progenitor, 48
horas antes de que se produjera, el hecho que desde la derecha ultra
reaccionaria, que hoy representa el Partido Popular salieran las más grandes
alabanzas, hacia quien había sido figura visible de la llamada “modélica
transición” de la dictadura a la democracia en España; digo que resulta
sorprendente, por cuanto, muchos de estos ilustres personajes que se han
deshecho en loores al finado, hace unos
cuantos años lo calificaban de traidor a sus principios unos, y otros, dentro
de la propia UCD, conspiraban para hacerlo caer hasta el punto de acabar con el
propio partido.
También por parte de algunos líderes de la izquierda, que antaño predicaban
la Ruptura Democrática, en frente de la Transición política que tenía en Suarez
la máxima cabeza visible, se deshacen en elogios al finado, hasta un extremo
que parece como si un velo con alegorías festivas nos intentara hacer olvidar una
época de graves penurias, en la que las decisiones que se tomaron, nos
repercuten gravemente hoy día, cuando renacen viejos fantasmas que pretendíamos
haber arrojado al averno del olvido.
Los que ya tenemos cierta edad, y el fin de la dictadura franquista nos
pilló en pleno uso de razón, deberíamos convenir, que si bien con la transición
se consiguió meter a España en el colectivo de países democráticos, y sin que
mediara violencia alguna, el precio que se pagó fue elevado, al deber renunciar
la izquierda a exigir justicia con un
pasado autocrático, especialmente cruel
y sanguinario con los luchadores por la libertades, y permitir una ley de amnistía, con la que se dio patente
de impunidad a torturadores y asesinos del bando vencedor de la guerra civil.
Hay quien dice que la Transición fue la única manera de conseguir la
democracia en España, sin derramamiento de sangre ni confrontación salvaje
entre españoles, pero aun a riesgo de ser acusado de hacer política ficción yo
soy de los convencidos, que de haberse producido en aquellos tiempos la ruptura
democrática, no hubiera llegado la sangre al rio más de lo que ya llegó,
(Matanza de Atocha, asesinatos de ETA y Grapo más las desapariciones nunca
esclarecidas); si acaso Don Adolfo hubiera tenido la preclara mente que se le
atribuye ahora, debería haber pactado con los demás partidos y en particular
los de la izquierda, una clausula que al cabo de unos años, permitiera reabrir
los casos y permitir poner a cada cual en el sitio que le correspondía aunque
fuera post mortem.
No debemos extrañarnos, pues, que en la muerte de Suarez, los herederos de
aquellos franquistas que le acusaron de traidor a su causa entonces, hoy le
canten las alabanzas, por cuanto han entendido que con su proceder, evitó el
desprestigio público de la dictadura y por tanto la pervivencia sin mácula, de
todos aquellos que hicieron carrera a su sombra y sus herederos ideológicos.
Piensen Vds. por un momento que si se hubiera situado a los ideólogos de la
dictadura en el sitio que les correspondía, con toda seguridad hoy no habría en
España una derecha tan cavernícola como la que representa el Partido Popular,
si no que seguramente sería mucho más civilizada y de corte europeo. Nuestra
clase empresarial forjada en la mentalidad estraperlista y especuladora de los
principios de la dictadura, tampoco sería así si se hubiera pasado las cuentas con ellos, ni
oiríamos propuestas como las que últimamente nos envían los Sres. Rosell y
Fernández presidente y vicepresidente de la CEOE.
Lo que si me cuesta mucho de entender es a todos estos que se llaman de
izquierdas y no me refiero a los cargos institucionales, a los que si podemos
entender una cierta diplomacia, que de una u otra manera contribuyan a través
de las redes sociales, a la elevación a los altares de este personaje, cuyo
único mérito, a mi corto entender, fue conducirnos a la democracia, sobre la
débil base de intentar el olvido de una cruel época anterior y en consecuencia
de una injusticia, que resulta sangrante cuando treinta y seis años después, en
las cunetas del país siguen enterrados miles de españoles que dieron su vida
por defender la libertad.