Dos guerras
mundiales, originadas en Europa, de la primera de las cuales vamos a conmemorar
el centenario de su inicio el próximo año 2014, y los horrores que supusieron,
fueron lo que convenció a los padres fundadores de la Comunidad Europea del
Carbón y el Acero, precedente de la actual UE, de la necesidad de unir
esfuerzos, para avanzar conjuntamente hacia el progreso y evitar que otra vez
los nacionalismos, en su evolución a la fase imperialista, en coincidencia con
un capitalismo desbocado e injusto, degeneraran en una catástrofe de fatales
consecuencias para toda la humanidad.
Hoy en la
entrada del nuevo siglo XXI, el capitalismo, vuelve a darnos una muestra de
agotamiento de su ciclo vital, y de su esencia parece emanar fatalmente la
necesidad de destruir de nuevo todo lo que hasta hoy existe, con el fin de
recrearlo de nuevo, en este afán de los poderosos del planeta de mantener sus
privilegios y riquezas, por encima de todo.
Los viejos
decimonónicos imperios, Austro-Hungaro, Otomano, etc. fueron arrasados en la
primera gran guerra (1914-1918) y el intento de recrear uno nuevo en una Europa
totalmente germanizada, y otro en Asia centralizado en un Japón expansionista,
se fue al traste en la segunda. La guerra fría siguiente dilucidó la
supremacía, planetaria a favor de los Estados Unidos que no ha sabido
administrar correctamente, mostrando sus miserias más intimas en particular sus
pies de barro, al regresar al mismo sistema económico depredador que en 1929
acabó con un crack bursátil, que en 2007 se repitió.
Acabada la
II Guerra Mundial, los líderes políticos europeos, tanto de derecha como de
izquierda, entendieron de la necesidad de encontrar un sistema, capaz de
impedir en el futuro repetir una catástrofe como la que acababa de suceder.
Conscientes que el nacionalismo como doctrina necesita de la confrontación con
los demás para poder sobrevivir, y que en el caso de una deriva extremista del
mismo, se acaba abocando a conflictos impredecibles, se adopta en primer lugar,
un sistema económico de corte socialdemócrata, donde a través de los impuestos,
se redistribuye la riqueza generada entre la población, generando lo que más
adelante hemos convenido en llamar estado del bienestar y por otro lado iniciar
un larguísimo proceso democrático, de superación de las diversas consciencias
nacionales, estableciendo una identidad europea, que desde el respeto a la
diversidad se consiga un todo unitario.
Hoy estamos
en una avanzada fase de este proceso, con una UE formada por 28 países, y
algunos otros que están llamando a la puerta, aunque en muchos de ellos y en
los propios organismos de la Unión, como el parlamento domine, democráticamente
elegida, una derecha que parece haber olvidado, el motivo esencial de su
creación, y una grave crisis económica en el orbe planetario se cebe
especialmente en esta Europa en construcción, haya ocasionado un cierto frenazo
en la evolución del proceso, nadie duda que una tercera guerra mundial en
terreno europeo, no sé vislumbra a corto plazo.
Sin embargo,
si vemos alarmantes señales preocupantes para todos estos que tenemos la manía
de leer los periódicos y de seguir la actualidad día a día, que nos indican que
el parón podría alargarse mucho más de lo deseable y para algunos incluso
mandar al traste este proyecto. No es esperanzador para la UE, el ascenso
electoral, en Francia, Holanda, Países Nórdicos y del este Europeo, de partidos
y formaciones políticas de clara ideología ultranacionalista, fascista y
neonazi, que con toda claridad se oponen a la consolidación y evolución de este
ente supranacional. También vemos con enorme preocupación, la poca disposición
de las élites de los USA, de admitir una nueva potencia en el orden mundial,
que económicamente le dispute, en plano de igualdad su liderazgo planetario; y
por último nos tememos el hecho que la izquierda socialdemócrata, la que
ideológicamente debería sostener el discurso en el que el proyecto se
fundamente, no acabe de conectar con la sociedad, después del ataque que sufrió
en los años 90 por parte del neoliberalismo de la reacción, (que no revolución)
conservadora que en los 80 predicaban Margaret Tatcher y Ronald Reegan.
La
socialdemocracia europea, también la española, ya terminó su larga travesía por
el desierto, y reconociendo el fatal error de plegarse a las exigencias de la
derecha, en cuanto a política económica se refiere, empieza de nuevo a levantar
cabeza, con propuestas genuinas, totalmente acordes con sus principios
fundamentales. Es hora pues que los electores volvamos a confiar en ellos, y en
las próximas elecciones, al Parlamento Europeo, demos el vuelco a la actual
situación de predominio derechista, con el fin que este ente supranacional,
reemprenda el camino hacia su total construcción y devuelva a los ciudadanos
europeos el orgullo de ser el elemento capaz de evitar la entrada definitiva
del capitalismo en su fase imperialista.