Por lo que parece no han sido suficientes 34 años de democracia, para que
la clase empresarial española se sacuda los lastres del período autárquico y emule a sus compadres europeos.
Lejos de buscar una rentabilidad a medio y largo plazo, en base a nuevas
tecnologías y las nuevas necesidades de la humanidad, quizás amparados la
patética máxima de Unamuno, “que inventen ellos” no solo no supo encontrar en
los años 80 del pasado siglo XX un nuevo modelo económico estable, en la
apertura de nuestro país al mundo, si no que buscó refugio en la falsedad de la
especulación fundamentalmente inmobiliaria.
Hoy día cuando el estallido de la burbuja inmobiliaria nos ha dejado con el
culo al aire; nuestros empresarios dando muestras de una ceguera paradigmática;
reclaman la reducción de salarios y el desmantelamiento del llamado estado del bienestar, como la única solución para
conseguir la mejora de la productividad de nuestras empresas. Pero yo me pregunto,
¿De que empresas mejoraremos la productividad? ¿De las de capital extranjero
que hoy día se deslocalizan? o ¿Piensan en unas condiciones laborales, como las
del sudeste asiático, India o China para ser competitivos?
La inversión extranjera en los años 80 y primeros de los 90 del pasado
siglo XX vino a paliar en cierta manera, la poca preparación de los jóvenes
emprendedores españoles de entonces, que por haber sido educados en su mayoría,
en las precarias condiciones del franquismo, no acertaban a encontrar salida a
la imprescindible modernización de las viejas y obsoletas industrias. Solución
que a muchos de los que nos gusta pensar y meditar sobre la realidad de cada
momento, se nos antojaba del todo provisional; hasta el momento en que nuestros
jóvenes estuvieran lo suficientemente preparados para relanzar la actividad
propia del país, en base a los inversores nacionales, capaces de competir en un
mercado mundial.
La realidad actual, es que gracias al muy buen criterio del gobierno
socialista presidido por Felipe González, con potentes inversiones en la
educación pública, hemos conseguido una generación de jóvenes perfectamente
preparados, para relanzar nuestra industria y producir bienes y servicios de
alta competitividad en el mundo, pero chocamos de nuevo con una clase
empresarial y financiera totalmente anclada en un pasado y a la que lo único
que se le ha ocurrido, es mandar a esta generación tan preparada a trabajar en
el extranjero; mientras ellos se sientan a esperar que escampe y puedan volver
a nuevas burbujas especulativas.
¿Podemos confiar de verdad que esta gente va a poner el país a trabajar?
Seguro que no, pues ya es esta la segunda vez en democracia que nos están
demostrando seguir anclados en un pasado que nunca más va a volver. ¿Qué deberá
pues hacer un gobierno de izquierdas, sobre este tema? Sencillamente cambiar el
concepto de empresa como ente generador de beneficios para unos pocos, a ente
cuyo primer objetivo sea el sostenimiento y rentabilidad del capital humano que
interviene en los procesos que la empresa genere; o sea lo que venimos en
llamar economía social, cooperativas, SAL y similares, puede ser, junto con un
potente sector público, la base de una nueva empresa, no obsesionada en ganar
dinero con el mínimo esfuerzo, si no consiguiendo rentabilidades de tipo
distinto al económico, que deberán quedar en un segundo lugar.
No duden amigos, ni por un momento, que no solo en España si no en todo el
mundo, la salida de la crisis está directamente relacionada con una renovación
total de ideas y estructuras económicas, que deberán ser indefectiblemente
distintas a las que se han demostrado totalmente fracasadas y que desde el
siglo XIX hasta hoy han sido norma. Sin embargo y volviendo al caso concreto de
España, sorprende la ofuscación de la que hacen gala los representantes
institucionales de nuestros empresarios, que persisten en las decimonónicas
soluciones del trabajo insuficientemente remunerado y la desprotección social,
cuando está suficientemente demostrado ya desde los albores del pasado siglo
XX, que unos salarios insuficientes para adquirir excedentes, retraen el
consumo de la ciudadanía, cuestión a todas luces imprescindible para una
economía mínimamente saneada.
A título de conclusión, deberíamos convenir en la necesidad de un giro de
180º en nuestra clase empresarial, eliminando de ella todo lo que hace
referencia a la especulación y el beneficio a corto plazo y potenciando a todos
aquellos inversores, pocos por desgracia, que han sabido invertir con la
intención de obtener el beneficio a medio y largo plazo y sabido repartir la
riqueza generada entre sus empleados.