¿Se acuerdan Vds, del clamor: “La Tierra para quien la Trabaja”? Cuando Emiliano Zapata utilizó este concepto, en la revolución mejicana de principios del siglo XX, la organización económica mundial era muy distinta a la de ahora; la producción agraria e industrial se hallaba en manos exclusivamente de unas clases sociales poderosas, que de entrada lucharon denodadamente para mantener sus privilegios, llegando incluso al asesinato de quienes osaban elaborar un discurso de reparto equitativo de la riqueza, como fue el caso del Caudillo del Sur, alias con el que era conocido Emiliano Zapata.
Diversas revoluciones en diversas partes del mundo, y dos guerras mundiales, durante el siglo XX, fueron necesarias para provocar un gran cambio en las estructuras de poder mundiales, un gran cambio a mi entender, y visto desde cierta perspectiva histórica, para que las cosas siguieran igual, como acertadamente ya intuyó Lampedusa en el Gatopardo.
Los poderosos terratenientes y potentes industriales, propietarios de vidas y haciendas del siglo XIX, han sido substituidos por unos pobres y endeudados empresarios, o por unos ejecutivos al servicio de anónimas corporaciones financieras.
La gran revolución Rusa de 1917, es el primer intento serio de subvertir el orden establecido, aunque setenta años después se ponga de manifiesto su absoluto fracaso al no haber sido capaz de administrar con eficacia, la producción colectiva de riqueza.
La gran capacidad camaleónica del capitalismo, se puso de manifiesto al final de la segunda guerra mundial cuando las necesidades de reconstrucción de una Europa destrozada, obligaron a la aplicación del pensamiento socialdemócrata, con el fin que un reparto más equitativo de los esfuerzos y de la riqueza generada, ayudara a salir del agujero. Es entonces cuando el margen de beneficio de la producción se reduce, en favor de unos estados a los que se encarga de repartir-los en forma de servicios comunes a los ciudadanos, en lo que se ha venido denominando Estado del Bienestar. Mientras tanto, las grandes élites, van saliendo del mundo de la producción directa para entrar de lleno en el orbe financiero. Wall Street se convierte de hecho en un gran centro de poder mundial, solamente discutido por unos potentes estados europeos, que además se han empeñado en unirse para adquirir más fortaleza. Es a partir de este momento y con el fin de volver concentrar más y más poder en manos de unos pocos, que se introduce un nuevo concepto por el que los trabajadores se convierten en capitalistas colocando sus ahorros, mediante fondos de inversión, en los mercados financieros. Aparentemente se conseguía la propiedad colectivizada de los medios de producción e inclusive los financieros y digo aparentemente porque la realidad, como el tiempo se ha encargado de demostrar, unos pocos siguen ostentando todo el poder.
La mal llamada revolución neocon, que en realidad se trató de una contrarrevolución, vino a significar la consolidación de la concentración del poder en pocas manos, fuera además de todo control democrático, persiguiendo y desmantelando el llamado estado de bienestar con el fin de eliminar la seria competencia que los regimenes de socialdemocracia representaban.
En el nuevo mundo que surgirá de la revolución del siglo XXI, el verdadero concepto de propiedad colectiva, no basado exclusivamente en aportaciones dinerarias, si no de capacidades individuales, gestionado y administrado a través de mecanismos altamente democráticos, va a resultar una de sus principales claves, pues no deben olvidar amigos que al final va aser la justicia social quien prevalecerà.
Diversas revoluciones en diversas partes del mundo, y dos guerras mundiales, durante el siglo XX, fueron necesarias para provocar un gran cambio en las estructuras de poder mundiales, un gran cambio a mi entender, y visto desde cierta perspectiva histórica, para que las cosas siguieran igual, como acertadamente ya intuyó Lampedusa en el Gatopardo.
Los poderosos terratenientes y potentes industriales, propietarios de vidas y haciendas del siglo XIX, han sido substituidos por unos pobres y endeudados empresarios, o por unos ejecutivos al servicio de anónimas corporaciones financieras.
La gran revolución Rusa de 1917, es el primer intento serio de subvertir el orden establecido, aunque setenta años después se ponga de manifiesto su absoluto fracaso al no haber sido capaz de administrar con eficacia, la producción colectiva de riqueza.
La gran capacidad camaleónica del capitalismo, se puso de manifiesto al final de la segunda guerra mundial cuando las necesidades de reconstrucción de una Europa destrozada, obligaron a la aplicación del pensamiento socialdemócrata, con el fin que un reparto más equitativo de los esfuerzos y de la riqueza generada, ayudara a salir del agujero. Es entonces cuando el margen de beneficio de la producción se reduce, en favor de unos estados a los que se encarga de repartir-los en forma de servicios comunes a los ciudadanos, en lo que se ha venido denominando Estado del Bienestar. Mientras tanto, las grandes élites, van saliendo del mundo de la producción directa para entrar de lleno en el orbe financiero. Wall Street se convierte de hecho en un gran centro de poder mundial, solamente discutido por unos potentes estados europeos, que además se han empeñado en unirse para adquirir más fortaleza. Es a partir de este momento y con el fin de volver concentrar más y más poder en manos de unos pocos, que se introduce un nuevo concepto por el que los trabajadores se convierten en capitalistas colocando sus ahorros, mediante fondos de inversión, en los mercados financieros. Aparentemente se conseguía la propiedad colectivizada de los medios de producción e inclusive los financieros y digo aparentemente porque la realidad, como el tiempo se ha encargado de demostrar, unos pocos siguen ostentando todo el poder.
La mal llamada revolución neocon, que en realidad se trató de una contrarrevolución, vino a significar la consolidación de la concentración del poder en pocas manos, fuera además de todo control democrático, persiguiendo y desmantelando el llamado estado de bienestar con el fin de eliminar la seria competencia que los regimenes de socialdemocracia representaban.
En el nuevo mundo que surgirá de la revolución del siglo XXI, el verdadero concepto de propiedad colectiva, no basado exclusivamente en aportaciones dinerarias, si no de capacidades individuales, gestionado y administrado a través de mecanismos altamente democráticos, va a resultar una de sus principales claves, pues no deben olvidar amigos que al final va aser la justicia social quien prevalecerà.