Los que somos ideológicamente de izquierdas, los que a pesar de todo seguimos creyendo, en la posibilidad de un mundo mejor para las generaciones futuras, llevamos una temporada, donde todo nos vuelve la espalda y las noticias que nos llegan de todas partes del mundo son de lo más desalentadoras.
Después de una etapa, en que el planeta estuvo dominado por una corriente neoconservadora, cuya política nos ha conducido, en el breve período de 28 años, desde noviembre de 1980 cuando Ronald Reegan accede a la presidencia de los Estados Unidos, hasta noviembre de 2008, cuando George W. Bush, acaba su segundo mandato como presidente de la nación más desarrollada, a uno de los desastres económicos más grandes que ha conocido la humanidad. Todos aquellos que nos negamos a creer que la lucha a favor de los derechos humanos, del progreso de la humanidad en su conjunto, de la eliminación de las barreras de clase social, es estéril a favor de una utopia inalcanzable, como se nos ha pretendido imbuir desde el poder imperante de las grandes corporaciones económicas, hemos mantenido viva la llama de la esperanza, en un mundo donde cada vez los menos favorecidos son más.
Para muchos de nosotros, las promesas electorales de Obama, en su campaña electoral, venían a ser como el bálsamo en la herida o el salvavidas donde agarrarse después del naufragio y ahora nos vemos grandemente decepcionados, cuando comprobamos su incapacidad y la de su propio partido para tirarlas adelante; cuando se opta por seguir favoreciendo a unos cuantos poderosos en frente de una gran mayoría de ciudadanos.
Por lo que se refiere a Europa, todos los europeistas convencidos, que esperábamos, con ansia la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, en vistas a un avance hacia la federalización de la Unión i el camino hacia una unión política más intensa, que domine sobre la todo poderosa economía. Hemos podido contemplar estos días como nuestros representes en Estrasburgo, con el apoyo de los máximos mandatarios de cada uno de los veintisiete países miembros; que siguen en la tesitura nacionalista, de no ceder un ápice de soberanía por lo que se refiere a temas políticos, al conjunto de la Unión en detrimento de cada uno, como se ha hecho con el tema económico; lo han desactivado sin mucho esfuerzo, con tan solo nombrar a un presidente y una ministra de exteriores, sin capacidad de liderazgo ninguna, dando la apariencia de haber cambiado algo, para que todo siga igual.
A pesar de todo estoy convencido, que no debemos dejarnos abatir por el desaliento y mucho menos en nuestro país, España, donde el agravante de tener que desmontar una estructura económica basada en la especulación, nos complica y retrasa la salida de la crisis económica planetaria en la que estamos inmersos. El desánimo no nos ayudará en nada, antes al contrario, nos va a hundir más y más en el pozo, promoviendo con la llamada desafección política, un retraimiento en la colaboración y participación en el sistema democrático, poniendo incluso en peligro la continuidad del mismo, como algunos de nuestros compatriotas, nostálgicos de un pasado autárquico, pretenden.
Las formaciones políticas de ideología izquierdista, son las únicas que pueden liderar los cambios imprescindibles para salir de la crisis, unos cambios que indudablemente deben pasar por un sector público potente y un control del poder económico por parte del poder político. Todo ello adaptado a unas nuevas circunstancias mundiales, no ya circunscritas a unos estados nación determinados, si no a una globalidad planetaria, donde además no exista el dominio de ningún país, nación o estado, como se le quiera llamar, que ostente dominio sobre todos los demás, como la derecha nacionalista pretende seguir manteniendo.
La Unión Europea podía ser un buen ejemplo, y de hecho cuando en Francia y Alemania, los socialistas y socialdemócratas, ocupaban posiciones de gobierno, se impulsaron diferentes iniciativas, entre ellas el Tratado de la Constitución Europea, este que acabó en el desvirtuado Tratado de Lisboa, que tendían a demostrar la viabilidad de una potente estructura plurinacional, capaz de competir en igualdad de condiciones en un mercado globalizado, con otras potencias económicas, como los USA, China, Rusia, etc. El reto consiguió asustar a los poderosos del planeta, que no dudaron ni por un momento en poner en marcha toda una serie de mecanismos mediáticos, para desarbolar y desestabilizar una demostración clara de la posibilidad de alcanzar una supremacía mundial, con un sistema basado en la justicia social y un reparto equitativo de la riqueza generada.
Las referencias de George W. Bush, a la nueva y la vieja Europa, no eran otra cosa que una simple manifestación de lo que intentaba hacer, romper una unidad labrada con esfuerzo y dialogo, desde el final de la segunda guerra mundial. La siembra de cizaña en el interior del partido socialista francés, favorecida por el tradicional chovinismo del pueblo franco; y finalmente el boicot a las políticas económicas del alemán Schroeder; han sido las herramientas de las que los grandes poderes fácticos se han valido para retrasar un proceso de cambio en el orden mundial, hacia una mejor justicia social, que a la larga no tiene vuelta atrás.
De todos nosotros, los convencidos demócratas izquierdistas y a la postre europeistas, depende que logremos desactivar todos los mecanismos de los que se vale la reacción para impedir el progreso. Nuestra fuerza, que además es la de la razón, nos permitirá un triunfo rotundo y consolidado, que abrirá el camino del progreso y la justicia social a la humanidad entera y sin excepciones. Hoy más que nunca siguen siendo válidas las palabras que el ilustre federalista español. Francisco Pi Margall, pronunciaba en el siglo XIX. “La Reacción es la guerra, la Revolución la Paz”